(La "peste porcina" — el último invento de las mentes de los funcionarios soviéticos atiborradas de mentiras):

La marcha religiosa anual a Siluva se convirtió para los creyentes de Lituania en una hermosa y significativa tradición, mientras que para los ateos estatales resulta una enorme viga en sus ojos. Cada año se devanaban los sesos de como entorpecer la marcha. Más de uno de los peregrinos hubo de sufrir las consecuencias — eran filmados, intimidados y hasta enjuiciados, p.ej. Jadvyga Stanelyte, Mečislovas Jurevičius y Vytautas Vaičiūnas. Empero estas demagógicas medidas no amedrentaron a los creyentes. Por el contrario, este año toda Lituania se preparó especialmente para el piadoso viaje a Siluva (el más popular santuario mariano de Lituania. El T.). En las iglesias se publicaba la fecha de la marcha.

Por cuanto los condenados por participar en las marchas fueron acusados de no haber solicitado permiso para realizar la marcha, entonces el 8 de julio el Comité Católico DDC envió al Comité Central del PC y al Consejo de Ministros el documento No. 49, en el que se expresa: "Los días 25 y 26 de junio del cte. año se realizaron dos procesos judiciales por las marchas religiosas de los años 1979-1980 desde Tytuvėnai a Siluva. El Supremo Tribunal de la RSSL de Vilnius condenó al obrero Mečislovas Jurevičius a 3 años de privación de la libertad, cumpliendo la condena en colonias de corrección por el trabajo de régimen severo y en Širvintai lo fué el ingeniero Vytautas Vaičiūnas a 2,5 años de privación de la libertad, cumpliendo su condena en colonias de corrección por el trabajo de régimen común. Resulta incomprensible sobre qué fundamentos Vytautas Vaičiūnas debió ser enjuiciado en Širvintai. Ambos enjuiciados — excelentes católicos y gente de elevada moral — fueron acusados de haber organizado y participado activamente en marchas religiosas sin permiso del Comité Ejecutivo, desde Tytuvėnai a Siluva. Los enjuiciado no han podido organizar marchas de tal magnitud y esta acusación no ha sido probada por ningún testigo. Por cuanto ni M. Jurevičius ni V. Vaičiūnas han organizado marchas religiosas de Tytuvėnai a Siluva, por lo mismo no solicitaron los permisos. Las marchas religiosas de Tytuvėnai a Siluva son tradicionales y los creyentes se reúnen en ellas sin ser organizados por nadie.

Nosotros queremos destacar que los Comités Ejecutivos de los CDP jamás otorgan permisos para las marchas religiosas. P.ej., más de una vez los curas párrocos de Vidukle, Kybartai y Skaudvile se han dirigido a los Comités Ejecutivos solicitando el permiso para las marchas religiosas. No sólo que no obtuvieron el permiso, sino tampoco la menor contesta­ción. Z. Butkus, ex subrogante del presidente del Comité Ejecutivo de Raseiniai, declaró al cura párroco de Vidukle: "¡Nosotros jamás otorgaremos ningún permiso para las marchas religiosas!" La experiencia de la vida demuestra que los órganos del gobierno soviético funcionan expresamente como representantes de los ateístas, conduciéndose bajo ciertas instrucciones e indicaciones secretas. Por consiguiente, no cabe sorprenderse si la gente, habiendo perdido sus esperanzas de obtener el permiso, ya no lo soliciten.

Los creyentes muchas veces se dirigieron al Comité Católico para la Defensa de los Derechos de los Creyentes, solicitando la defensa de sus derechos, garantizados por los artículos 48 y 50 de la Constitu­ción de la RSSL. Por consiguientes es que nosotros nos dirigimos al Consejo de Ministros de la RSSL solicitando se permita a los creyentes la tradicional marcha eminentemente religiosa de Tytuvėnai a Siluva, que tendrá lugar el día 23 de agosto de 1981".

A principios del mes de agosto fueron citados en los diferentes comités ejecutivos, los sacerdotes: Alfonsas Svarinskas, Sigitas Tamkevicius, Algimantas Keina, Vaclovas Stakenas, Kastytis Krikščiukaitis y otros, a quienes les fué leída la siguiente advertencia del delegado P. Anilionis: "Los Comités Ejecutivos de los CDP de los raion de Raseiniai y Kelme, funda­mentándose en el art. 50 de las "Disposiciones sobre las organizaciones religiosas" rechazaron el otorga­miento del permiso para organizar el 23 de agosto del cte. año una procesión de Tytuvenai a Siluva. Por lo tanto, se les advierte que, a los organizadores de tal procesión, pueden serles aplicadas las medidas de carácter administrativo, previstas en el decreto "Sobre las responsabilidades administrativas por la infracción a las leyes sobre cultos religiosos", del PSS de la RSSL de fecha 12-V-1966, o sino del artículo 143 del CP de la RSSL."

El presente año resultó irrepetible para la Iglesia Católica de Lituania. El rezo del rosario puso de pie a la milicia, a la Seguridad y al ejército, — a todo el aparato del gobierno soviético, que apeló afiebrada-mente a toda clase de medidas "profilácticas" que halló a su alcance.

En fábricas y establecimientos (Telsiai, Panevezys y otros) los funcionarios intentaron convencer a la gente que no debían concurrir a Siluva. A los superiores de las fábricas y reparticiones de Vilnius, Kaunas y otras ciudades se les prohibió enviar empleados o automotores en comisiones en dirección a Samogitia hasta el 23 de agosto. El primer secretario del Partido Comunista del raion de Jurbarkas precisó a los superiores de los koljoses a no facilitar medios de transporte a la gente antes del 27 de agosto.

El 9 de agosto de 1981 se difundió la noticia por parte de los empleados de Veterinaria de Kaunas, que el Consejo Veterinario de la República había ordena­do a los trabajadores empleados en el sovjose (granja estatal soviética. El T.) de Zaiginis (distante 8 klm. de Siluva) que descubrieran una enfermedad virósica porcina: enfermedad de Teschen, y ordenaran una cuarentena a raíz de la peste porcina. Aunque no había ningún cerdo enfermo, el 13 de agosto se publicó el siguiente aviso en el periódico del raion de Raseiniai:

Atención a los habitantes del raion

En relación a la aparición de una enfermedad porcina altamente contagiosa en la granja soviética de Zaiginis, se impone la cuarentena en la granja soviética de Zaiginis y en los territorios de las vecinas granja soviética de Skaraitiskis y los koljoses "Atža­lynas", M. Kalinin y de Pikciunai.

A partir del 15 de agosto se prohibe la entrada de cualesquier medio de transporte o personas indivi­dualmente en las mencionadas granjas.

Hasta el término de la cuarentena, lo que se indicará oportunamente, se prohibe el comercio de lechones en el mercado de Raseiniai.

Comité Ejecutivo del CDP del raion de Raseiniai

 

El 15 de agosto, en "Valstiečiu Laikraštis" (El Periódico de los Campesinos) y en la mayoría de los periódicos regionales, aparecieron artículos instando a la adopción de medidas para resguardarse de las enfermedades contagiosas. Empero los empleados veterinarios de Lituania no recibieron la menor comunicación de que en el raion^de Raseiniai habría animales afectados de enfermedades contagiosas, aunque siempre se da aviso a todas las granjas de Lituania sobre la posibilidad de una enfermedad de animales, aún en aquellas ocasiones en que la epidemia se manifiesta en las repúblicas vecinas: Letonia o Bielorrusia.

En consecuencia, la cuarentena rodeó a Siluva por todos los costados. Resulta interesante el hecho que la granja soviética de Vosiliske, que se encuentra al otro lado de la granja soviética de Zaiginis, no haya sido incluida en la zona de la cuarentena.

A partir de la tarde del 20 de agosto, los automo­tores de los chequistas iniciaron la vigilancia de los sacerdotes Sigitas Tamkevicius, Alfonsas Svarinskas y Jonas Kauneckas, acompañándolos día y noche adonde fueran o viajaran hasta la tarde del 23 de agosto.

Existe la posibilidad de que estos sacerdotes estuvieran aislados especialmente, también para que no se encontraran con los obispos alemanes que esos días visitaban Lituania.

Fueron citados en la Procuraduría de Vilnius para ser "advertidos": Nijole Sadunaite, Vytautas Bogušis, Elena Suliauskaite; la Procuraduría de Kaunas convocó a: Volskis, Julija Kuodyte, Saulius Kelpša, Aldona Raizyte, Angele Ramanauskaite; la de Klaipė­da a: Tekle Steponavičiūte, Ignas Petrauskas, Irena Česnauskiene; la de Vilkaviškis a: Birute Briliute, Bena Maliskaite; la Procuraduría de Šiauliai envió citaciones a: Jonas Tamulis, Stase Tamuliene, Jadvy­ga Petkevičiene, Elzbieta Klimavičiene, Jonas Petke­vičius, Juozas Šileikis; la Procuraduría de Raseiniai convocó a Monika Gavenaite. Todos ellos fueron citados para el día 20 de agosto. A todo aquel que se llegara a la Procuraduría (la mayoría no se presentó) se le manifestaba que, por informaciones recibidas, él sería uno de los organizadores de las marchas político-religiosas, que tales marchas violaban el ordenpúblico, que se cometía un inmenso daño a la comunidad, etc. Luego de tal preámbulo, se redactaba una advertencia oficial: "Por la organización de acciones en grupo, encubiertas en la religión, sería llevado ante la responsabilidad penal". Se exigía firmar al pie de tales "advertencias", pero todos los citados se negaron a hacerlo. Un funcionario de la Procuraduría de Šiauliai se justificaba porque toda esa "profilaxis" no era una maquinación de las autoridades locales. Se ha recibido de Moscú el modelo de la advertencia por escrito, que es aplicada a los organizadores de las marchas religiosas, según datos en poder de las autoridades.

En la estación de autobuses de Kelme, a partir del 20 de agosto se había fijado el siguiente aviso: "Los autobuses a Tytuvėnai no circularán los días 21 y 22 de agosto del cte. año. Volverán a circular a partir del 23 de agosto a las 12 hs. Cuarentena". En la estación de autobuses de Šiauliai figuraba un aviso, informan­do que se habían clausurado varios caminos a Kaunas y Šiluva, o sino que se había desviado el recorrido por otra dirección, p.ej. a través de Kryzkalnis, mientras que un escrito fijado en la estación ferroviaria comunicaba: "No se expenden boletos a Tytuvėnai y Lyduvėnai." Los trenes no se detenían en esas estaciones. Además en cada uno de los coches se encontraban por lo menos algunos milicianos que vigilaban la menor trasgresión. Hasta los pasajeros que descendían en la estación de Vidukle eran interrogados, y al comprobarse que no se trataba de un pasajero local, no se le permitía el descenso. En ninguna estación de autobuses, de las líneas que transitaban regularmente a través de Tytuvėnai y Silava, en esos días resultaba posible adquirir boletos a dichos lugares en las ventanillas expendedoras de los mismos.

La ruta de Žemaičiai, llegando a Stulgiai tras Kryzkalnis, fué "engalanada" con barreras. En el camino de Kelme a Siluva las barreras estaban estacionadas cada 5 kilómetros, vigiladas por la milicia y empleados de la Veterinaria. Frente a las barreras, los carteles decían: "¡Atención! Prohibido pasar. Puesto de cuarentena." Desalojaron de Ty­tuvėnai un campamento de pioneros (niños comunis­tas. El T.), y en ese mismo lugar del bosque se levantaron las carpas de la guarnición militar y de los de la Seguridad.

En el aeródromo de Šiauliai había helicópteros aprestados.

Inspectores de automotores habían llegado hasta de otras repúblicas: Letonia y Bielorrusia.

El 22 de agosto se procedió a examinar automo­tores, hasta abriéndoles la baulera, en: Vilkaviškis, Kaunas, Endrijevas cerca de Klaipėda, Kryzkalnys, etc. Desde Dzūkija y Suvalkija resultaba imposible llegar hasta Sakiai. La inspección de automotores detenía a los automotores, explicando que en el raion de Sakiai existía cuarentena. Los puestos de inspec­ción de automotores poseían la numeración de ciertos automotores, cuyas chapas debían serles quitadas cuando aparecieran en el camino. Así en Kybartai fué retirada la patente técnicamente en orden de la máquina de Jonas Mickevičius.

En esos días quedaron bloqueados todos los caminos y senderos hasta a Meškuičiai. La Colina de las Cruces fué rodeada por varios círculos de tropas del ejército, a fin de que nadie pudiera llegar tanto en grupo como individualmente.

Una excursión, a su regreso de Ryga a Vidukle se desvió hacia la Colina de las Cruces. Apenas se hubo apartado del camino principal, fué detenida por un miliciano y un agente de la Seguridad borracho. Le quitaron el registro al conductor, ordenando que se dirigieran a la milicia de Šiauliai. Finalmente, el director de la excursión con grandes esfuerzos logró la devolución del registro de conducción, terminando felizmente el viaje.

Corrió el rumor que en Kelme se habría estableci­do un cuartel especial moscovita para la supresión de la marcha de Siluva.

Según opinión de los habitantes lugareños, el 23 de agosto hubo en Siluva una cantidad de funcionarios uniformados, mayor que el total de sus habitantes, descontando todavía a los agentes de Seguridad vestidos de civil.

Los funcionarios del raion exigieron que los curas párrocos de Siluva y Tytuvėnai mantuvieran cerra­das sus iglesias el día 23, alegando que: "De todos modos el domingo no habrá gente en vuestras iglesias". Pero el domingo ambas iglesias estuvieron abiertas y se cumplieron oficios religiosos.

*    *    *

Impresiones del viaje a Siluva

Narración de una participante:

— Desde Vilnius fuimos en expreso a Raseiniai. En la estación de Raseiniai se nos unieron muchos peregrinos más. En total ya eramos nueve. En la estación de autobuses nos sorprendió el aviso que no circulaban autobuses a Tytuvėnai. Ante el consejo de los habitantes locales de viajar a Kelme, y de allí con el autobús de Pasiausis llegar hasta las proximidades de Tytuvenai, nos lanzamos a un viaje sumamente cautivante y al mismo tiempo intimidante.

Descendimos en la estacioncilla de Jampole. Hasta Tytuvenai quedaban 8 klm, de camino. Qué otra cosa podíamos hacer ... ir caminando. Anduvimos cierto trecho y nos encontramos con un hombre, que nos advirtió que siguiendo el camino principal segura­mente no llegaríamos a Tytuvenai, dado que ya desde el viernes las máquinas de los milicianos deambula­ban por todas las direcciones, mientras que en los cruces de los caminos hay milicianos apostados. El bondadoso samogitio nos aconsejó que nos contentá­ramos por los precarios senderos, o mejor todavía, introducirse por el bosquecillo. Apenas nos habíamos desviado del camino principal, escuchamos el ronqui­do de un motor. Nos perseguían. Nos dirigimos hacia el bosquecillo. Saltaron de la máquina seis uniforma­dos, y no cualesquiera . . . desde teniente a teniente coronel, vociferando que nos llegáramos a la máqui­na. Nosotros, sin prestarles atención, proseguimos hacia adelante. Los pobrecitos se enervaron: llamán­donos con sus gorras, gritando, atravesando las alambradas de púa, comenzaron a perseguirnos. Nosotros ni pensamos en escapar. ¡¿Qué delito habíamos cometido?! Con gestos severos, los "guardia­nes de la ley" se dieron a recriminarnos, a interro­garnos, adonde nos dirigíamos, etc., comenzaron a explicarnos que nos encontrábamos en la zona de cuarentena, en la que se prohibía el tránsito. Finalmente los funcionarios idearon conducirnos con fines de "aclaración". Las valientes mujeres comen­zaron a avergonzar a los milicianos: "¡Hermanos lituanos, cómo no os da vergüenza! ¡Aquí no existe la menor peste! Hete aquí a los animales, las vacas paciendo, este es un lugar de pastoreo. ¿Tal vez también hay peste vacuna?! Vosotros sabéis perfecta­mente adonde nos dirigimos." Algo suavizados los funcionarios siguieron instando a que entrásemos en la máquina, pero al repetirles enérgicamente: "¡A pie hemos llegado, y a pie regresaremos!" se fueron sin haber logrado nada. Pero nosotros, luego de haber caminado un poco más, volvimos al camino principal y nos detuvimos en una querencia. La dueña de casa, saliendo al camino para recibirnos, nos contaba aún no repuesta del susto: "Yo recién regresé a casa y vi a la milicia. Me llené de susto y me puse a pensar qué podía haber cometido mi esposo, quedado en casa, para que se hubieran juntado tantas máquinas de la milicia!". La mujer nos recibió amablemente, nos dio de comer, todavía apareció uno que otro vecino. Todos se burlaban de la peste, que se había iniciado el viernes por la tarde y finalizaría el domingo . . . Los habitantes locales nos contaron que en Tytuvėnai se había congregado muchísima milicia, y nos aconseja­ron viajar, queriendo alcanzar Tytuvėnai, solamente de a uno o dos, por senderos poco marcados, costeando matorrales. Resultaba asaz dificultoso, pues no conocíamos el camino y la noche se venía encima. Una de nosotras exclamó con denuedo: "¡Yo voy! ¿Quién me acompaña?" Se le agregaron dos mujeres, luego de dudar unos instantes también nos unimos nosotras. En el camino alguien hesitó en voz alta: "Tal vez permitan el paso de muchachas". Rápidamente nos quitamos los saquitos, nos soltamos el cabello para aparentar ser más jóvenes y seguimos a paso apresurado. De repente — ¡un vallado! A su vera estaba parado alguien vestido de guardapolvo blanco, por lo visto un veterinario, dos medio borrachos y otra incierta figura que deambulaba. Haciéndonos las valientes tratamos de atravesar la barrera sin prestar atención.

— ¡Los documentos! — gritó alguno.

 — ¿Qué documentos? ¡Volvemos a casa! — nos hicimos las sorprendidas.

 — ¿Donde? ¿Qué aldea? ¿Sus nombres? — nos espetó de un solo saque "el defensor de las leyes".

 — Pasando la estacioncita de Kiskenai a la dere­cha . . .

— ¡Imposible! ¿Sus nombres?

Apenas alcancé a decir mi nombre, cuando uno de ellos comenzó a gritar: — ¡Mientes!

Al negociar nuestra amiga que ella viajaba de Vilnius a casa de sus padres, sin llevar el pasaporte (documento de identidad interno que rige en la URSS. El T.), pues ya cierta vez hubo de abonar una multa por la pérdida del pasaporte, el veterinario se aplacó: "Dejémoslas. Pero, ¿aquel las dejará pa­sar? ..." — dijo mostrando un uniformado estaciona­do en las cercanías. Este no quiso ni hablar. Uno de los cuatro pretendió justificarse: "Aquí nos aposta­ron ... es nuestra obligación ... Si les permitimos el paso, tendremos que telefonear a la Seguridad que dejamos pasar a dos". En ese instante pasaron transportando leche. El miliciano nos aconsejó pedirle a ese hombrecillo que nos trajera al padre, mientras tanto nosotras podríamos esperar allí (¡qué sorprendente gentileza!). Nosotras le contestamos: "¡Claro, permaneceremos sentadas aquí en el suelo mirándolos a ustedes! Si es que debemos esperar que nos traigan a papá sentadas en la zanja, mejor nos volvemos a Vilnius para buscar los pasaportes!" — luego de esta explicación tomamos el camino del regreso. Gracias a Dios, nuevamente hallamos a buenas personas. La dueña de casa nos convidó nuevamente, mientras su marido se comidió llevar­nos a Tytuvėnai a través de senderos. Tomó su bicicleta, mientras que nosotras nos descalzamos prosiguiendo descalzas nuestra odisea. Llegados a algún solar, nos ordenaba marchar solas, mientras él nos alcanzaba luego de un rato de espera. Tras acompañarnos de esa manera un buen tramo de camino, se encaminó de vuelta, luego de desearnos suerte.

En esos instantes apareció el sol detrás de una nubes, el aire se tornó extraordinariamente hermo­so .. . En el camino nos encontramos con unos muchachos que nos observaban con ojos de sorpresa, cual si hubiéramos llegado del cosmos, — ¡cómo hemos podido llegar tan cerca de Tytuvėnai! Los muchachos nos contaron que está lleno de milicianos por todas partes, que se meten en los establos, los graneros, revisando hasta los sótanos para que no haya gente extraña, y al encontrarla — se la llevan. Una semana antes se había repartido entre la gente unas notitas advirtiendo que nadie osara albergar en su casa a los peregrinos que llegaran. Amenazaron con castigos. Al preguntarles donde podríamos pasar la noche, nos aconsejaron que ni los buscáramos. Además, nos enteramos que en el Colegio Técnico se habían traído varias compañías de soldados ... Ya atardecido nos acercamos a una casa. Una mujer que se encontraba afuera, comenzó a hacernos señas con las manos para que nos alejáramos y nos perdiéramos de su vista. Pobre gente, cómo están de intimida­dos ... Es que siempre los tytuveanos recibían amorosamente a los peregrinos. El año anterior, la milicia también arídaba por las casas, pero los habitantes de la ciudad iban a la iglesia e invitaban a la gente para que fuera a pasar la noche en su casa! En otras casas ya habían prendido las luces, pero ellas no nos ofrecían calor . . . Probamos una vez más nuestra suerte, pedírnosle todavía a uno u otro, pero nos indicaron solamente . . . una parva de avena en el campo. ¿Donde meternos? Nos fuimos a ella. Envia­mos al entarimado una chica para explorar. Sacamos de adentro una rata muerta. ¿Pero, qué hacer? Tendimos paja en el suelo y nos metimos todas las seis. De alguna manera resultaba posible permanecer sentada, pero ni intentes acostarte, no había espacio. Sobre el entarimado quedaba algo de paja, pero abajo todo estaba agujereado, el viento soplaba por los cuatro costados. Hacía frío. Al salir de casa no nos habíamos preparado para tal manera de pasar la noche. Durante toda la noche no nos fué posible conciliar el sueño, pero el ánimo seguía excelente. Uno sentía que era algo similar a un viaje de reconciliación. ¡A Dios gracias!

A eso de las 5 de la mañana salimos del entarima­do, comenzando a corretear para entrar algo en calor.

Luego, recordando el consejo de la buena gente, nos repartimos de a dos, y adelante . . .

Apenas habíamos avanzado algo, surgieron repen­tinamente cuatro milicianos:

 — ¡Buen día! ¿Adonde os dirigís? ¿Cómo os llamáis? Por favor los documentos.

 — Bueno, si no es posible, — entonces nosotros podemos volver ... — intentamos explicar. Ni nos apercibimos, cuando se aproximó una máquina.

 — Oh, si son las mismas que ayer iban de sus padres, — nos reconoció alguno.

Nos trasladaron a cierto patio ordenándonos descender. Nos guiaban ... y desde cada escalón nos atisbaba un miliciano. En la oficina ya nos encontra­mos con varias ancianas y un hombre semiembriaga-do. Hasta me sentí reconfortaba y pensé: "Aquí entraré en calor, lástima no haber aceptado venir ayer, por lo menos hubiéramos pasado la noche sin frío". Presentábamos un aspecto lastimoso — tenía­mos cascaras de cebada pegadas a la ropa. Anotaron nuestros nombre, direcciones, donde trabajábamos o estudiábamos, para qué habíamos viajado, comenzan­do a llamarnos de a una para el interrogatorio. Nuevamente el mismo procedimiento y las mismas preguntas. Luego nos introdujeron a todos en un autobús transportándonos a cierto lugar. Las mujeres se dieron a contar que todos los que intentaron guarecerse en la iglesia eran capturados por los milicianos y llevados para que se "explicaran" . . .

Durante el viaje rezamos el rosario y otras oraciones. No nos informaron a donde éramos llevados. Otras mujeres detenidas refirieron que la noche pasada uno de sus grupos estuvo custodiado por un miliciano bielorruso. Les comunicó que hacía dos meses estaban enterados que deberían viajar a Lituania para luchar con la juventud. Supimos que esas mujeres ya el sábado se habían aprestado para Tytuvenai, pero apenas salidas de Siluva se presen­taron unos milicianos que las condujeron a la seccional, donde las mantuvieron toda la noche. Y ese hombre semibeodo era un habitante local. Había estado visitando a un vecino, pero no llevaba su pasaporte consigo. ¡Y lo metieron en la guardia!

Siguieron llevándonos y llevándonos para luego dejarnos. Nos sacaron de la máquina, — idos a donde os parece. Avanzamos hacia adelante, aunque ignorá­bamos donde nos encontrábamos. El primer vian­dante encontrado nos ubicó: "Todos los caminos se hallan a gran distancia de aquí y no pasa ningún autobús". Pero Dios no abandona — repentinamente nos alcanzó una máquina liviana. Se detuvo. Al enterarse la índole de viajeros que éramos, el bondadoso hombre realizó cuatro viajes para trasla­darnos hasta la autopista. Llegar a casa desde Kryzkalnis fué lo más fácil: tomamos el autobús y al cabo de varias horas alcanzamos el viejo Vilnius.

*    *    *

Resultaron sumamente pocos los afortunados que alcanzaron la meta final: Tytuvenai. Ni que hablar acerca de Siluva. Un pequeño grupo de peregrinos, salidos de Kaunas el 22 de agosto, tras innumerables contingencias alcanzaron la iglesia de Tytuvenai. En la ciudad se llevaban a cabo capturas, la milicia echaba del atrio a los creyentes. Los kaunenses, conocedores de rumbos desapercibidos, finalmente entraron exitosamente en la iglesia. Luego de todos los oficios religiosos del domingo, los visitantes salieron por la ciudad. La gente de la localidad, al notar a los desconocidos por las calles, trataban de entablar conversación, se admiraban de cómo habían ingresado a Tytuvenai, se maravillaban por su valor y explicaban cuan poderosas fuerzas de funcionarios gubernamentales mantenían cercado a Tytuvenai y alrededores. Numerosos funcionarios andaban con radiotrasmisores. Por la noche se encendía un poderoso reflector, situado sobre una altísima torre, con el fin de alumbrar los alrededores y los suburbios de la ciudad.

Tal como era de esperar, el grupito de peregrinos fué rodeado por un gran grupo de milicianos. Los llevaron al cuartel operativo donde exigieron que explicaran de qué manera habían ingresado en la ciudad, donde habían pernoctado, quién les había indicado el camino, etc.

— Nos da vergüenza reconocer, — decían los peregrinos, — que ciudadanos libres de una nación civilizada hayamos debido pernoctar en medio del campo cual ambulantes gitanos.

Los funcionarios quedaron sorprendidos al ente­rarse que la mayoría de los peregrinos poseían un alto grado de educación.

Estos concurrentes fueron sometidos a interroga­torios en conjunto e individualmente. Se evidenció claramente que la finalidad de la cuarentena había sido para anular la marcha religiosa a Siluva. Entonces ellos expusieron la exigencia de interrum­pir esta comedia de interrogatorio, que se había prolongado unas tres horas. Finalmente, luego de pausas y frases imprecisas, sin llegar a formalizar ningún acta, los milicianos diéronse a la averiguación en que dirección deseaban viajar. Y estos, a pesar de imaginar que serían engañados, pidieron se los transportase hasta Raseiniai. La milicia instaló a los peregrinos en un autobús vacío y, con acompaña­miento de milicianos, los llevó, desgraciadamente no para el lado de Raseiniai, sino al contrario, en dirección a Radviliškis . . . Por lo visto, el presenti­miento de la gente había sido cierto. Llegados al primer vallado de cuarentena, los hicieron bajar. A duras penas el grupito de gente logró alcanzar Radviliškis, y de allí ya a casa.

*    *    *

(Para los funcionarios soviéticos el rosario es un arma terrible en manos de los católicos):

¿Por qué los funcionarios soviéticos apelaron a tales medidas para impedir una marcha exclusiva­mente religiosa?

La respuesta tal vez podría resumirse en la revelación de cierto chequista:

— ¡También en Polonia todo comenzó a partir de un rosario!

*    *    *