Moldavia

(Juegan con las esperanzas espirituales del pueblo): Kishinev-Belc

Ya no es el primer año que los católicos de la ciudad de Belc solicitan insistentemente a Moscú y a las autoridades locales el registro oficial de su comité parroquial y la casa de oración. ¡Y hete aquí el triunfo largamente esperado! El 27 de noviembre de 1979, los católicos de la ciudad de Belc recibieron una nota oficial permitiéndoles tener una casa de oración, y además quedó registrada su comunidad así como su comité. De acuerdo a la nota, el comité y la casa de oración habían sido legalizados ya el 6 de septiembre, pero las autoridades locales durante otros tres meses prolongaron el penar y la incertidumbre de la gente.

La grata noticia se propagó rápidamente por toda la república. El P. Vladislav Zavalniuk el 2 de diciembre de 1979 (domingo) por primera vez pública­mente llegó para servir a los católicos; la alegría no tuvo límites.

Pero hete aquí que el 5 de diciembre, el Delegado del Soviet de Asuntos Religiosos citó al presidente del comité parroquial de Kishinev y le notificó que el P. V. Zavalniuk no podía seguir trabajando en Moldavia.

El 6 de diciembre, el sustituto del Delegado del Soviet de Asuntos Religiosos, Raneta, exigió del P. V. Zavalniuk la entrega de los certificados de registro, pues habría delinquido contra la ley: sin la anuencia de las autoridades, más allá de los límites de Kishinev, había prestado atención a católicos enfer­mos y moribundos. También le fué exigido, que el sacerdote condenara por escrito a aquellos alemanes católicos, que salidos de Moldavia a su Patria, relatan por radio ("Onda Alemana") a la comunidad sobre la persecusión de católicos en Moldavia.

El 7 de diciembre, tres empleadas del Comité Ejecutivo de la ciudad fueron a la iglesia y al ver al sacerdote en el atrio, lo atacaron groseramente diciendo como es que todavía se atrevía a andar en territorio de la iglesia. Además, exigían los nombres de las católicos que allí se encontraban, aunque sin atreverse a dar los suyos por más que los católicos se lo reclamaban.

Posteriormente concurrieron otros empleados del Comité Ejecutivo de la ciudad y, también sin haber mostrado documentos, realizaron una revisación en la oficina de la iglesia.

El 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, la gente comenzó a congregarse en la iglesia, llegando desde los diversos puntos de Moldavia (Todavía ignoraban que carecían de sacerdote).

La iglesia ya estaba rodeada por la milicia y los agentes de la Seguridad. El mismo presidente del Comité Ejecutivo de la ciudad de Kishinev, Kravchi-uk, observando a la gente, transitaba alrededor de la iglesia. Ya el 5 de diciembre, el sustituto del Delegado del SAR, Raneta, amenazaba al presidente del comité parroquial: "Si la gente protesta por la eliminación del sacerdote, sellaremos la iglesia".

Llegados los católicos, y al ver la iglesia rodeada, comenzaron a preguntarles a los milicianos que es lo que había pasado. Uno de los milicianos le explicó a Valentina Oleinik, que se encontraban de guardia para que no hubiera disturbios. Habrían sido designa­dos dos sacerdotes: uno viejo y otro joven, pero la gente no se pone de acuerdo entre sí — unos desean al viejo, mientras otros al joven. Por consiguiente, ellos permanecían de guardia, para evitar inconvenientes. Pero inmediatamente se evidenció la mentira de los milicianos, ellos se habían concentrado sobre la iglesia, para amedrentar a los católicos y para que no osaran procurar sus derechos.

La dolorosa noticia de que era desalojado el único sacerdote, corrió por toda la república a la velocidad del rayo. El 9 de diciembre (domingo) no solamente la iglesia, sino también el atrio, se hallaban repletos de gente. Todos anhelaban escuchar las palabras de despedida de su pastor y participar en la Santa Misa.

Desgraciadamente, sólo secretamente el sacerdote pudo escuchar confesiones, y cuando los ministros laicos leían en el altar mayor las lecturas de la Santa Misa, el sacerdote ofició secretamente la Santa Misa.

Cuanta pena sufrieron los católicos al quedar sin su único sacerdote, solamente pueden comprenderlo aquellos que participaron en el doloroso oficio religioso de ese domingo.

¿Acaso es posible mofarse y discriminar en mayor grado a los creyentes, tal como se practica en Moldavia? ¡Se castiga al sacerdote por atender a los enfermos y a los moribundos! Por más que se trate de su sagrado deber. A ello estaba obligado, aún al riesgo de perder no solamente los certificados de registro soviéticos, sino su propia vida.

En la conferencia de Belgrado, con toda seguridad que los perseguidos católicos de Moldavia no serán olvidados.

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