(P. Virgilijus Jaugelis q.e.p.d.)

Los años de postguerra fueron muy terribles en Lituania: gente inocente desterrada a Siberia, los cuerpos de los patriotas asesinados arrastrados por las calles, las cárceles abarrotadas de gente inocente. Esos años también fueron terribles para la familia Jaugelis; el padre estaba recluido en la cárcel, y la madre incesantemente interrogada por los de la Seguridad. El 9 de septiembre de 1948 vio la luz del mundo el segundo de los hijos de Jaugelis — Virgilijus. A este muchachito, la Providencia le dispensó sufrir mucho desde su niñez. Durante el invierno, el hambriento pequeñuelo se apretujaba junto a su madre en un cuarto sin calefacción. La madre entregó a sus hijos todo lo que poseía: una fe viva y un amor ardiente por Jesús y María. De pequeñito, endosando un sobretodo usado, el mucha­chito diariamente se apresuraba a la iglesia. Aquí de rodillas caminaba alrededor del altar, con recogi­miento rezaba tres partes del rosario y servía en la Misa.

Terminado el colegio secundario, Virgilijus no duda el rumbo a tomar, y se encamina directamente al Seminario Eclesiástico. La dirección del Seminario, al no tener vacantes disponibles por el muy bajo límite de seminaristas dispuesto por las autoridades ateístas, ni lo anota a Virgilijus en la lista de candidatos a incorporar — de todos modos el Delega­do del Soviet de Asuntos Religiosos habrá de tachar los que sobrepasen el cupo.

Los chequistas, al enterarse en 1967 que Virgilijus deseaba estudiar en el Seminario, lo citan en su sede para justipreciar su valía. A los empecinados stalinia-nos les desagradó el carácter recto y firme de Virgilijus y "los partidarios de Erodes le impidieron el acceso al Seminario"; el rector del Seminario le informó: "Este año vuestra solicitud ha sido rechaza­da".

En 1968, la suerte tampoco le sonrió a Virgilijus; el rector le escribió: "En el presente año, debido a la escasez de vacantes, no podemos satisfacer vuestra solicitud. Vuelva a dirigirse el mes de mayo del año próximo". El año 1969, la respuesta del Seminario no ofrecía la menor esperanza: "Por la presente le notificamos, que su solicitud no será satisfecha y que Vos no podréis estudiar en el Seminario Eclesiástico Interdiocesano deKaunas. El Rector del Seminario".

Virgilijus comienza a trabajar de chofer, pero sin abandonar la idea: "¡debo ser sacerdote!" Se hace terciario, cumple retiros espirituales cerrados, pro­fundiza su cosmovisión religiosa, ayuda a levantar de las ruinas a la iglesia de Pajevonis. En 1970, el Rector del Seminario vuelve a enviarle la estereotipada comunicación: "No podemos satisfecer en este año vuestra solicitud de incorporación al Seminario Eclesiástico. Intentad dirigiros el año que viene". Virgilijus lo intenta, pero el "veto" de los chequistas era tan riguroso, que el medroso Vice Rector del Seminario en 1971 hasta impide que Virgilijus presente su solicitud por escrito.

Tales amargas vivencias formaban el carácter y la cosmovisión del futuro sacerdote, — no esperes nada bueno del ocupante, sino que busca tenazmente tu propia finalidad. Virgilijus no solamente no se quebrantó (y se quebrantaron muchos), sino que se convirtió en uno de los más activos luchadores por la libertad religiosa. Durante el juicio del PadreJuozas

Zdebskis, lo golpean los chequistas por el mero hecho de solicitar se le permita acceder a la sala del tribunal, y para que no se olvidara de obedecer a las autoridades soviéticas, los herederos del "férreo Félix" le sumaron 10 días de arresto.

En ese entonces se crea el Seminario Eclesiástico clandestino en Lituania, y entonces Virgilijus inicia sus estudios de filosofía. Pero el estudiar le resulta poco, él desea estar en el vórtice de la lucha por la libertad de la Iglesia. En 1972 fué uno de los más diligentes recolectores de firmas en el memorándum de los 170.000 católicos, donde se exigía a las autori­dades soviéticas libertad para la fe. Cierto Judas telefoneó a la milicia, y el valeroso joven, cual si fuera un criminal, con grilletes en las manos, es llevado a la seccional de Prienai de Asuntos Internos. Se le despojan las firmas, y se le amenaza con rigurosos castigos si se atreviese a recolectar firmas en el futuro. Empero Virgilijus se atreve; en la parroquia de Santaika anda casa por casa y junta unas mil quinientas firmas al pie de una solicitud, para que las autoridades no interfieran ante el Obispo para la designación del cura párroco de la parroquia. Esta vez no apareció ningún Judas; nadie intentó delatarlo y la parroquia de Santaika consiguió enseguida su cura párroco.

En 1972 cae en manos de Virgilijus un ejemplar de "Crónica de la ICL", y él busca medios para multiplicarlo. Mientras tanto, la mirada de los chequistas avizora los pasos de este joven. El huracán de allanamientos de 1973 también afectó el domicilio de Virgilijus; se le encuentran los stenciles de mimeógrafo, sobre los cuales está impreso a máquina de escribir la obra de Grauslys "Ieskau Tavo Veido" (Busco Tu Rostro). Los chequistas acusan que de este modo Virgilijus también había multiplicado un número de "Crónica de la ICL", y el joven es detenido. En los sótanos de la Seguridad Virgilijus enferma gravemente. Durante el juicio apenas puede sostenerse de pie, — débil físicamente, es fuerte espiritualmente. Ante el tribunal no se justifica, no se arrepiente tratando de ablandar los corazones de los jueces, sino que acusa a los verdugos de la Iglesia y de la Nación. El futuro sacerdote dice proféticamente que, en cambio de los que son destruidos, se levantarán otros, y que los belicosos descreídos no habrán de contener la marcha hacia la libertad de los católicos de Lituania (ver Crónica de la ICL, No. 13). El fallo del tribunal —dos años de prisión y Virgilijus se encuentra en Pravieniskiai entre asaltantes, asesinos y violadores. Le disgusta hablar de sí mismo, pero quien haya estado en la cárcel de Pravieniskiai conoce las condiciones de vida de este infierno en la tierra, y fácilmente puede representarse la terrible­mente inhumana visión que tuvo que soportar el noble joven en esa cárcel, donde los criminales sólo se diferenciaban de los guardianes, porque unos tenían vestimenta negra, y los otros — galones.

Los chequistas notan que Virgilijus puede morir en el lager, y el Partido no quiere que Lituania tenga mártires nueves. "Los bienhechores" de la KGB retornan a Virgilijus y casi muerto lo dejan sobre el umbral desu casa: mejor muere silenciosamente aquí, y no en lo de nosotros. Más tarde, uno de los secretarios del Partido se justificaba: "Nosotros no aguardamos a que desfalleciera . . ." Totalmente consumido, atenaceado por la terrible enfermedad del cáncer, Virgilijus apenas logra arrastrarse hasta la Catedral y allí, a los pies de la Madre Dolorosa María, pierde el sentido. El hospital suplanta al lager, pero la cruz no lo abandona a Virgilijus. Luego de una dificilísima operación, comienza a reponerse paulatinamente, pero la estrella de la vocación lo sigue tentando. Virgilijus presiente que su existencia será breve, por lo que les recuerda a los lerdos: "Yo debo apresurarme". Cuando comienza a ejercer de sacristán, no abandona el libro de sus manos. Surgen persistentes dolores, que lo atenacean incesante­mente, pero el denodado joven reza sin desprenderse del libro de texto de teología.

El año 1978, en la vida de Virgilijus, quedó entrelazado con dolores y alegrías. En el silencioso cuartito, durante la primera Santa Misa, el P. Virgilijus ofrenda a Dios no solamente el Incruento Sacrificio de Cristo, sino también a sí mismo, para que la Patria recobre su libertad, para que la Iglesia levante a los que se debaten en los grillos de la esclavitud, y a veces también a los connacionales que se han perdido en los atajos. Y para colmar la ofrenda, el P. Virgilijus inmediatamente después de la consagración formula sus promesas religiosas.

Qué sorpresa fué para los kibartianos, cuando el que fuera ayer su sacristán, el 1 de noviembre se presentó ante el altar, como sacerdote de Cristo. Durante poco tiempo los creyentes gozaron con el joven sacerdote, la terrible enfermedad volvió a atarle a la cama. Tranquilo, entregado por completo a la voluntad de Dios, sufre inmensamente, pero sonríe y fueron muy escasos los que se dieron cuenta cuan pesada cruz era la que llevaba él, especialmente en los postreros años de su existencia. El P. Kauneckas habrá de pronunciar en su sepelio: "Se dice que la muerte endereza hasta al jorobado, pero el P. Virgilijus ha sufrido tanto que la muerte no ha podido enderezar sus rodillas ni jamás las endereza­rá". Su última Santa Misa el P. Virgilijus la ofrece por los detenidos Povilas Buzas y Anastazas Janulis. Habiendo pasado él mismo por los interrogatorios chequistas, sabía perfectamente cuanto les tocaría sufrir a estos luchadores por la libertad religiosa.

El 17 de febrero de 1980 el P. Virgilijus recibe el Viático y se duerme en el Señor. Antes de su muerte varias veces se refirió que pronto regresaría a Kybartai y ciertamente regresó. El 19 de febrero Radio Vaticano propaló la noticia sobre la muerte y el sepelio del P. Virgilijus. En la apacible iglesia de la parroquia de Kybartai el féretro del joven sacerdote-mártir se perdía en un mar de blancas flores; alrededor del féretro, muchachos y muchachas ataviados con trajes nacionales, hacían guardia de honor y de amor.

Cuatro días duraron las ceremonias de la despedi­da. Fueron días de recogimiento espiritual, más aún: fueron días de triunfo. ¡El dolor fué vencido, la victoria lograda!

Desde los más lejanos rinconcillos de Lituania, ya en las vísperas comenzó la juventud su viaje hacia el sepelio, esa juventud que "cual cuentas de ámbar rodeó el féretro del P. Virgilijus".

El 21 de febrero millares de personas afluyen a Kybartai. Solemne y al par triste era dable observar a grupos de niños y jóvenes que, procedentes de las más diversas localidades de Lituania, portando en sus manos las más hermosas flores, se apresuraban al sepelio para despedirse del sacerdote-mártir por la libertad religiosa. Dicho día asistieron unos 100 sacerdotes, aunque todos sabían perfectamente que las autoridades no juzgarían positivamente su con­currencia. En presencia de esta multitud, uno no atinaba a intuir el significado de las lágrimas que se derramaban: si el dolor por la muerte del joven sacerdote o la alegría porque la Iglesia y la Nación habían ganado un nuevo mártir y santo.

Desde muy temprano por la mañana, la juventud, haciendo caso omiso al cansancio y la fresca tempe­ratura, reunida en la iglesia rezaba el rosario, mientras gran cantidad de sacerdotes subían al altar para el santo sacrificio de la Misa; con enorme amor se refirieron sobre el difunto los sacerdotes: cura párroco de Kybartai P. S. Tamkevicius, el P. J. Kauneckas, el cura párroco de Vidukle P. A. Svarins­kas y el cura párroco de Pajevonis P. V. Jalinskas.

E. P. S. Tamkevicius ilustró primorosamente el camino de sacrificio y triunfo del P. Virgilijus. Dijo: "El P. Virgilijus era recto como un disparo: lo que pensaba lo decía, lo que decía lo hacía (...). Anhelaba el sacerdocio, ansiaba ser sacerdote del Señor aunque más no fuera un solo día. Con cuanta alegría el joven sacerdote se presentaba ante el altar, confería los sacramentos, visitaba a los enfermos ... Su perser-verancia fué heroica, y absoluta su entrega al Señor. Quien haya visto orar al P. Virgilijus, ha podido decir que este hombre si que sabía orar.

Y si ahora hacen falta sacerdotes apóstoles, también hacen falta sobremanera aquellos otros, que estén dispuestos a sufrir y morir por Dios y por la Patria . . ."

El P. A. Svarinskas llamó a estas exequias día de alegría, porque este día "es su nacimiento en el Cielo". El orador sagrado decía: "El P. Virgilijus es una flor de la Iglesia Católica de Lituania, un faro para la juventud, un fanal, que en los tiempos de las depredaciones ateístas muestra el camino hacia el ideal, hacia la meta. El, con esfuerzos sobrehumanos, alcanzó su finalidad y con su ejemplo dice patente­mente a la juventud: 'No temas el sacrificio, no temas el trabajo y alcanzarás aquello que anhela tu corazón'. El lo ofrendó todo a Dios y triunfó: ¡el espíritu venció a la materia! . . ."

Después de la solemne Santa Misa, una enorme procesión formada por niños, jóvenes y sacerdotes, con flores y velas encendidas, se extendió a lo largo de todo el santuario. El féretro fué llevado alrededor de la iglesia y la procesión se detuvo ante la empinada torre de la iglesia de Kybartai: el monumento de la tumba del P. Virgilijus. Aquí, el P. V. Jalinskasse dirigió a la apiñada multitud: "Querido Virgilito, Sacerdote de Dios, te he conocido desde los días de tu infancia. Son muy pocos a quien el Señor ofrece tamaña cruz. Tú la has amado y durante toda tu existencia la has llevado hasta la misma cima del Calvario. Aún te estoy viendo, un pequeñuelo vestido de usado sobretodito yendo de rodillas alrededor de la milagrosa cruz de la iglesia de Sariciai, adelantándote a otros, a los adultos, y apresurándote ante la Dolorosa Madre. Cierta vez te pregunté: ¿'Dime, querido niñito, por qué amas tanto la cruz y la Madre Dolorosa?' — 'Luego de rezar entro en calor', — me respondiste. Tú amaste a todos, pues ante Dios no existen niños malos, solamente están los desgraciados, solamente los ignorantes . . ."

El orador sagrado acentuó especialmente la idea que, hay que eliminar de las puertas del Seminario a los partidarios de Erodes, y también, que los jóvenes deben ser acompañados al Seminario por los sacer­dotes, pero no por los agentes de la Seguridad.

Terminado el sepelio, los fieles tardaron todavía muchísimo en retirarse de la tumba delP. Virgilijus Jaugelis. Y a la mayoría se le torna confuso: ponerse triste porque el ángel de la muerte tronchó prematu­ramente un soldado de Cristo, o ponerse alegre, porque él desde la tumba habrá de iluminar más poderosamente a Lituania, llamando a todos a las cumbres de la fe y la libertad, puesto que los muertos a veces pueden luchar aún* mejor que los vivos.

Hoy día nadie pasa tranquilamente frente a la tumba del P. Virgilijus: a unos les hace brotar una lágrima, a otros les recuerda que abandonen el camino de Judas, y que marchen con aquellos que creen en la resurrección de la Iglesia y de la Nación.

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