Su alegato final

Presidente del Tribunal Supremo, consejeros, agentes estatales y guardiacárceles, no habré de interrumpiros mucho tiempo en esta vuestra sesión.

En el acta acusatoria figura que yo habría organizado actos prohibidos. No es así, yo no he organizado nada, yo respeto todo lo que es sagrado y noble en nuestra nación.

Una antigua verdad establece que, deseando combatir a la delincuenciales malezas, se debe buscar el campo donde estas proliferan y destruirlas de raíz.

Entre nosotros, quien sabe por qué, se procede al revés — se cosechan los frutos de los delitos, se depositan, o mejor dicho se hacen madurar; después son llevados a un campo aún no contaminado, donde esparcen sus semillas de maldad.

El 25 de marzo del cte. año yo, en calidad de individuo peligroso para la comunidad, fui detenido y alojado en el depósito de frutos delictuosos de Lukiskis.

Hoy, encontrándome en presencia del Tribunal Supremo, deseo referirme aunque brevemente, acerca de ese campo en donde crecieron las raíces de mi "delito".

He nacido en el año 1930. En esa oportunidad la totalidad de Lituania celebraba el 500-o aniversario de la muerte del glorioso príncipe nacional Vytautas el Grande. Era el Año de Vytautas el Grande. Yo llevo el nombre de este noble varón. Parado en vuestra presencia puedo atreverme a asegurar: a través de los 51 años de mi existencia no lo he denigrado con la mentira y el engaño.

Según lo dijera J. Marcinkevičius, todavía recuer­do vivamente esta canción lituana: "Cuando al atardecer, el Occidente llamaba al sol al lecho, los sufridos lituanos cantaban, pues habían finalizado las diarias labores". En aquel entonces la canción estaba libre, no encerrada en el marco de la radio o la televisión, entonces surgía de abajo de los techos de paja, de los puros corazones, junto con el canto del ruiseñor y el trinar de la alondra llenando nuestro ser.

Recuerdo a esa Lituania que denominan burguesa. Yo no idealizo aquel régimen en su plenitud; hubo también muchos errores que a mí, hijo de peón de campo, tocó conocer y sufrir. El gusto de "los veranos vendidos" lo conozco, no a través de la literatura, sino por experiencia de la vida. Pero si aún dijera solamente esto, ya se habría dicho la mitad de la verdad. Colocado frente a la presencia del Tribunal Supremo, puedo afirmar con seguridad si no exisistie-ra en la arena sudor y sangre de siervo, si no hubieran huellas de los portadores de libros, si no hubiera acontecido esa histórica batalla en la que los lituanos en este lugar vencieron a los señores polacos, si no hubiera habido ese veintenio, descrito con tenebrosos rasgos, quien sabe si en esta sala seguiría sonando la lengua lituana.

Era hijo de peón campesino, por lo cual saludé la amaneciente mañana de la Lituania Soviética. Me solazaban los carteles de igualdad, fraternidad y felicidad. Estaba alegre porque ya se acaban mis "veranos vendidos", porque ya no debería cuidar el ganado ajeno, sino que guardaría el propio, que trabajaría mi propio pedacito de tierra. Hablando en nuestra terminología, en mí ya se había sembrado y comenzado a nacer los brotes socialistas. Se me acusa de no haberlos cuidado. Ellos fueron sembrados en terreno por demás sensible y quedaron ahogados la primavera de 1941 por las lágrimas y lamentos de los connacionales deportados.

El año 1941 resultó más memorable para mí, puesto que fué el postrero del tránsito terrenal de mi madre, cuando ella, dejándome salir por última vez a servir y presintiendo cercana su muerte, cual resarciéndose obtuvo de los futuros patrones míos, que me permitieran finalizar el cuarto grado de la escuela primaria de Žvirgždaičiai. Mis amos cum­plieron su promesa.

Y a fines de ese mismo año, ya bajo dominio alemán en Lituania, ella se fué. Digo partió, puesto que abrigo la esperanza del reencuentro. Ella traspa­só el umbral de la inmortalidad, habiendo ofrendado a Dios sus cuatro hijos, de los cuales el menor contaba apenas un año de edad, y terminó su paso terrenal dejando un hermosísimo ejemplo de amor al prójimo y a Dios. Por mi parte, mojando con lágrimas los restos de mi madre, comprendí el significado de la ofrenda y el sacrificio.

Durante la época de la ocupación alemana, mis "veranos e inviernos vendidos" se tornaron excepcio-nalmente difíciles — hubo que sufrir escaseces, sufrimientos físicos y espirituales, sobrellevar la herencia del huérfano. Luego de la guerra llegó el momento de la revancha, pero yo no lo aproveché, puesto, como ya lo he dicho — comprendí el sentido de la ofrenda y el sufrimiento, comprendí que la venganza y el odio sólo acrecientan ese incendio que, en mi presencia, ardía en la nación, llevándose a millares de vidas, comprendí que, queriendo mejorar la existencia, es necesario ir con amor y sacrificio.

El año pasado yo celebré mi 50-o aniversario, por consiguiente soy 10 años mayor que Lituania Soviéti­ca. Durante más de 30 años yo he trabajado en sus diversas contrucciones y fábricas, por consiguiente poseo no solamente el derecho, sino el deber de luchar contra sus males, de poner en evidencia algunas observaciones críticas. Tanto más, que el art. 47 de la Constitución de la RSSL obliga a los órganos estatales y organizaciones de la comunidad a reac­cionar ante la crítica de los ciudadanos, responder a ella y adoptar los medios convenientes para rectificar las situaciones. Contestando a la redacción del periódico "Naujas rytas" (Nuevo amenecer) del raion de Raseiniai, me dirigí al primer secretario del P. C. de Lituania, Dr. Griškevičius, no con cierta clase de teorías, como se dice en el sumario de inculpación, sino que puntualicé casos concretos, me referí al acrecentamiento de la delincuencia, exigí que fuera publicada la estadística de los hechos delictuosos.

En nuestra prensa se habla mucho sobre la crianza de terneros y lechones, por mi parte me referí a la gente, pero sin obtener respuesta. Fui detenido. Por consiguiente tengo el derecho de preguntar al Tribunal Supremo si mi detención es una respuesta a mi crítica. Aunque está prohibida la persecusión por criticar. El 5 de junio del cte. año "Izvestija" publicó el artículo "Pod pressom prestupnosti", en la que se critica la delincuencia en los EEUU de NA. He aquí las cifras de una escalofriante estadística: cada 24 minutos es asesinada una persona; cada 7 minutos hay una violación, cada minuto y 10 segundos un atraco armado.

Luego de leer estas sobrecogedoras líneas, surge involuntariamente un interrogante, ¿es mejor la situación entre nosotros? Desgraciadamente, lo ignoro y no tengo derecho a saberlo. Empero, la práctica de la existencia demuestra que, entre nosotros, la situación no es nada mejor. He aquí varios ejemplos: Vytautas Grigonis, cuando apenas había abandonado nuestra escuela de educación correctiva por el trabajo, en el breve lapso de dos semanas asesinó a 4 personas. Me tocó estar junto con Kęstutis Novikovas, todos cuyos hermanos fueron puestos tras las rejas.

Si hemos llegado al límite que "Izvestia" denomi­na crítico, no lo sé, pero los ejemplos aquí menciona­dos demuestran que nuestros delincuentes no se quedan dormidos. No basta luchar solamente con medidas judiciales administrativas contra estos males. "Castiga y socorre", dice un refrán popular.

El castigo, que carece tinte de amor, no es de índole educativo. Promueve en el hombre un mayor repudio y bestialización. Si consideras al hombre como bestia, se convertirá en bestia.

En la cárcel de Lukiskis la gente está guardada más poderosamente que las fieras: las ventanas poseen unas cortinas metálicas, denominadas "na-mordnink" por los presos, ¿y sus resultados? La delincuencia no disminuye sino que se acrecienta. Las fieras más salvajes del jardín zoológico tienen necesidad de sol y aire, pues sin ellos no podrían vivir, por su parte, el hombre no puede perfeccio­narse sin amor, sin humanismo. Al educar al hombre solamente com medidas punitivas, lo repudiamos, lo bestializamos, lo hacemos más cruel que una fiera.

El código penal no engloba la totalidad del hombre, no puede suplantar los mandamientos de Dios, resulta impotente allí donde no alcanza la vista del cuidador de las leyes.

Esto es muy evidente al cruzar el umbral de la prisión de Lukiskis, allí la gente es desnudada en las celdas, se le arrebatan las encomiendas, pero el avizor ojo del cuidador de las leyes no logra verlo.

¿Donde está ese terreno en el que crecen las raíces de la delincuencia? Deseo llamar vuestra atención hacia ese vacío espiritual donde han empujado al hombre aquellos que, careciendo de respuestas a los interrogantes que conmueven a la humanidad (¿para qué vivimos?, ¿por qué morimos?, ¿cual es el sentido del sacrificio y el sufrimiento?), osaron destruir la autoridad de Dios, arrebatar la esperanza de la vida eterna.

Las vanas promesas de la felicidad terrenal sólo fomentaron las pasiones del hombre bestializado, el hombre dióse a crear por medios legales o ilegales un microparaíso en su entorno — su felicidad personal. La combinación, la especulación, son siempre conse­cuencias de la creación de una felicidad personal. Esta felicidad sólo se alcanza a través de los sinuosos senderos del "blat". Otros desilusionados buscan la felicidad en el fondo de una botella de bebida. La embriaguez es motivo de numerosas desgracias.

Es cierto que la producción y el comercio de bebidas alcohólicas producen ingentes beneficios, pero el tiempo perdido en el trabajo, los desechos de fabricación sin traumas traen pérdidas no menores. Echando una ojeada a las estadísticas de los accidentes automovilísticos, vemos que su mayor parte ocurren a causa de que, tanto los conductores como los peatones, no están del todo sobrios. Pero esto es solamente el lado material de la moneda, ¿y el moral? Casas de alienados, dispensarios antivenéreos, cárceles y colonias de menores.

Mareados por los vapores del alcohol, nos metemos en el pantano de la delincuencia cual si estuviéramos ciegos.

Publicad las estadísticas de los hechos delictuosos, quitad la venda de los ojos del pueblo mientras todavía no es demasiado tarde, tal vez notando el callejón sin salida hacia el que nos dirigimos, la gente comprenda y regrese atrás.

El enfermo, si es que desea curar, debe conocer su propia enfermedad, solamente a los condenados a muerte se le oculta. ¿O, tal vez, quien ya no cree en la vitalidad de la nación, por lo cual, al bombear en su organismo una cantidad siempre creciente de estupe­facientes, aguarda su muerte? Estoy convencido que en la nación existen todavía células vivas, capacitadas para luchar contra los microbios del mal. Sólo es menester que toda la comunidad sea involucrada en esta lucha, sin la exclusión de los creyentes, a quienes el mandamiento de amor al prójimo los condiciona a luchar con los males que destruyen el espíritu y el cuerpo humanos.

Yo estoy acusado por la organización de una marcha, es decir, por luchar contra estos males. La juventud inició la marcha por la templanza y la pureza de nuestra nación y cumplió un excelente comienzo. Entre el 1,5 millar de personas no hubo ni uno solo que hubiese bebido, caminamos 8 km. sin dejar una botella vacía.

Respetable tribunal, tenéis ante vosotros la balan­za. En uno de sus platillos — la lucha por la templanza y la pureza, en el otro — la autoridad del procurador quien, sin ninguna prueba, solicitó la pena máxima según el mencionado artículo.

Me detuvieron como a un ladrón, mientras me encaminaba al empleo. Dos hombres, sin mostrar sus credenciales, exigieron que entrara en su máquina. El acta formulada durante el allanamiento no fué entregada a mi esposa, a pesar de su exigencia, no se permitió la entrada a este proceso a ningún conocido mío. Vosotros podéis justificarme o condenarme, así que decidid lo que creáis más importante: la autori­dad- del procurador o la justicia, la lucha por la templanza y la pureza de la nación. ¿Seré culpable? Podría ser culpable sólo por no haber amado más, por no haber sufrido más, por no haber luchado bastante por el bien.

Yo he visto esta nación oprimida por el dolor y el sufrimiento, la he visto inmersa en la sangre de las criaturas no nacidas, he visto una inmensa multitud, tal vez superior a un millón de hombres y mujeres, jóvenes, niños y criaturas, obreros, empleados, ingenieros, doctores y científicos. Todos ellos se reunían al otro lado del umbral de la vida, extendién­donos sus manos. Yo los he visto, más de una vez lloré de pena como un niño, empero no clamé: "¡Abrid las puertas! Despiadados, ¿qué hacéis? ¿Acaso no percibís que nos hace falta mano de obra, que nos falta ánimo juvenil, que nos falta alegría infantil?!" Nadie abrió las puertas, y yo permanecí callado. ¡Soy culpable — condenadme!

Culpable es nuestra madre, ella nos dio la vida.

Ella nos enseñaba a caminar por senderos del país nativo.

Otra, sólo puede ser la madrastra, pues no le interesa el destino nacional.

Si perdiéramos el habla, seríamos miserables mudos.

Engalanemos, pues, la cana cabeza de la madre con coronas de verdes palabras.

Ella es la eterna recién casada, le enseñará a caminar también a nuestros hijos. Son las palabras de E. Mieželaitis. Yo he visto como esta madre canosa, en las colonias lituanas de Bielorrusia, bajo la madrastra polaca, poseía aún sus escuelas propias, pero ahora ya las ha perdido. Esta canosa madre sobre las orillas de Nemunas (río principal de Lituania. El T.), al ser escupida por los suyos con palabras insultantes extranjeras, se tornó temerosa, evita los lugares públicos. Oh, mi vieja madre, monumento viviente de la lengua más antigua del mundo, ¿acaso también te toque el mismo destino, que le tocara a tus hermanas más jóvenes, es decir, los idiomas latín y griego antiguo? Yo he visto este peligro, anduve llevando un sordo dolor en el pecho, pero callé. ¡Soy culpable — condenadme!

Rodó una lágrima, no importa, alguien gesticuló desdeñoso

Acaso algún Shleman desenterrará esta lágrima por azar,

Quizá hombres de ciencia la examinen dentro de

un siglo, u otro, A qué raza pertenecía, por qué y cómo cayó, Alguien hallará culpables en ella, sin la menor

duda.

Tal vez la gente entonces logre entendernos, o pasaremos vergüenza, oh, gente.

J. Marcinkevičius.

Dice el autor que este verso suyo está incompleto. Espero que no se enoje demasiado, si le agrego algunos pensamientos.

En las sombras de los siglos y sobre la roca de la esperanza de la vida eterna, fué construido un edificio y denominado Lituania. Sobrevivió los avatares de la historia, dado que sus cimientos estaban fortalecidos por los mandamientos de Dios.

Ahora, "en nombre de la ciencia" se pretende socavar esta roca y hacerla explotar.

Esto lo hacen aquellos que carecen en que respaldar la moral de la nación. Si el código penal es impotente allí, donde no llega a ver el perspicaz ojo del guardián de la ley, puesto que no abarca la totalidad del hombre, entonces acaso sea racional borrar de la conciencia humana las siguientes pala­bras:

— Lo que habéis hecho al más pequeño de mis hermanos, me lo habéis hecho a mí.

Si fuera hecha volar la roca sobre la que descansan los cimientos morales de la nación, si nos faltasen manos que tengan aptitud para secar lágrimas, se cumplirán las proféticas palabras del poeta: "Luego de un siglo o de otro, después de descubrir la tumba de la nación, los historiadores examinarán las lágrimas de la nación, nos acusarán de miopía, de egoísmo, y nos causará vergüenza, oh, gente . . ."

Quien crea en la poderosa Providencia Divina,

No conoce el débil temor infantil.

Nos tocó por siglos un destino infausto, Mas nadie sabe como será mañana.

(Maironis)

Yo creo en la poderosa Providencia Divina. Creo, que también mi pequeño sacrificio — viaje, en cuya partida mi esposa me bendijo con la cruz, no se perderá, mientras la común unión con los mártires y santos de Lituania, unida al sacrificio de la cruz de Cristo inclinarán a favor del éxito de la Justicia Eterna en su lucha por la purificación. Me siento orgulloso por los participantes de esta marcha, especialmente por la juventud. Son las primeras florecillas de la primavera, las violetas, brotadas de una tierra todavía helada, y profetas de un próximo verano fructuoso.

("Yo creo en la poderosa Providencia Divina", — Vytautas Vaiciunas en el tribunal de la KGB):

Es copia

Exp. penal No. 8-4 Año 1981.

SENTENCIA

En nombre de la República Socialista Soviética de Lituania dictada el 26 de junio de 1981 en la ciudad de Sirvintai

El colegiado judicial de los juicios penales del Tribunal Supremo de la RSS de Lituania, conforma­do por A. Jankauskas, miembro del tribunal ejercien­do la presidencia, y los consejeros: S. Masiukas y L. Razinskas, secretario: G. Jablonskyte, con la partici­pación del procurador J. Murauskas, en sesión judicial examinó el expediente penal, por el cual Vaiciunas Vytautas, hijo de Antanas, nacido el 9 de marzo de 1930, en el raion de Sakiai, aldea Tupikai, lituano, ciudadano de la URSS, apartidarlo, posee instrucción elevada, casado, ex empleado como ingeniero en el Consejo de Habilitaciones — Ajustes de Kaunas, de origen campesino, sin obligaciones militares, carece de juicios previos, domiciliado en

Kaunas, c. Hipódromo 46, dep. 35, — acusado por delitos previstos en el art. 199/3 del CP de la RSS de Lituania.

Resuelve:

El 24 de agosto de 1980, V. Vaičiūnas se sumó a la organización de acciones en grupo, relacionadas con evidente desobediencia a los legítimos reclamos de los representantes gubernamentales, de cuyas resultas fué alterado gravemente el orden público y promovi­do perturbaciones de tránsito.

Así, sin el correspondiente permiso de los órganos gubernamentales, abusándose de los sentimientos religiosos de los creyentes, incitó a participar y organizó la marcha a Siluva de los creyentes que habían concurrido a la iglesia de Tytuvėnai, partici­pando activamente él mismo, desobedeciendo el legítimo requerimiento de los representantes de la autoridad para dejar sin efecto esas acciones. V. Vaičiūnas, llevando en sus manos una banderita, en su carácter de organizador, en la calle Tarybų de la ciudad de Tytuvėnai interrumpió durante cierto tiempo el tránsito, indicó el rumbo de la procesión e indujo con su activa acción a proseguir la procesión, motivo de la alteración del orden público y del ritmo de desarrollo del tráfico.

El encausado V. Vaičiūnas niega su culpabilidad, justificándose haber tomado parte en la procesión aunque sus acciones no habían sido de índole organizadora. Había interrumpido el movimiento del tráfico con la banderita en sus manos preocupándose por la seguridad de los peregrinos. Pronunció una arenga a la concurrencia frente a la iglesia, pero dirigida contra el alcoholismo y otros males.

El que V. Vaičiūnas colaboró en la organización de acciones en grupo, relacionadas con una evidente desobediencia a los legítimos requerimientos de los representantes gubernamentales y de cuyas resultas fueron promovidas perturbaciones del transporte y alterado gravemente el orden público, ha sido demostrado mediante las declaraciones de los testigos, las pruebas objetivas y las fotografías.

A través de las constancias que obran en expe­diente, es dable notar que los comités ejecutivos de los Consejos de Diputados del Pueblo de los raion de Kelme y Raseiniai no han debido considerar la cuestión del otorgamiento de permisos para organizar y efectuar procesiones de Tytuvenai a Siluva, dado que no se presentaron solicitudes en tal sentido (t. 1, b 1.8, 12). Por consiguiente, al no existir el correspon­diente consentimiento de los comités ejecutivos del CDP, era ilegal la organización de la procesión, pues con ello se estaba en grave infracción de los art. 50 y 51 de las "Disposiciones sobre asociaciones religiosas".

Los testigos H. Juzeliunas y S. Sturys demostraron que ellos, en calidad de representantes gubernamen­tales, advirtieron a los participantes de la procesión a través de megáfonos, les ordenaron dispersarse, dado que era de su conocimiento que la procesión había sido organizada sin el correspondiente permiso de los órganos gubernamentales. El testigo S. Sturys demos­tró también, que V. Vaiciunas, de cuyo nombre se enteró posteriormente, yendo al frente de la columna con una banderita roja detuvo el desarrollo del tránsito, otorgando preferencia a la procesión dirigió la columna hacia Siluva.

El testigo C. Janusonis demostró que el encausado se dirigió a la multitud reunida en el atrio, instando a participar de la procesión. Luego, llevando la banderi­ta en sus manos, reguló la marcha de la procesión, y detuvo el tráfico callejero. El mencionado testigo sacó fotografías en al lugar del hecho, que fueron entrega­das a los órganos judiciales.

Las declaraciones de C. Janusonis son confirmadas plenamente por las dichas fotografías, por las que se percibe que el procesado no ha sido un participante corriente en el atrio y la procesión (t. 1, b. 1.30-44).

Ofreció análogo testimonio e hizo entrega de fotografías del lugar del hecho, el testigo S. Ramoska, que también confirma la culpabilidad de V. Vaiciunas en el delito que se le incrimina (t. 1, 1.52-60).

La testigo I. Gaubsaite demostró que V. Vaiciunas, que viera al iniciarse la procesión, estuvo muy activo: agitaba una banderita roja, detuvo la marcha del tráfico en la calle, dirigió la columna hacia Siluva.

Los testigos V. Lukonas y V. Cernikiene testimoni­aron que el día del hecho un hombre vistiendo un impermeables marrón (que era V. Vaičiūnas como quedara demostrado en autos) dirigióse a la multitud, arengándola para participar en la marcha a Siluva. Luego de su arenga, la gente comenzó a formar en filas. Los mencionados testigos demostraron que la columna molestó efectivamente el tráfico del trans­porte, (t. 1, 1.45, 49).

Los testigos V. Mišeikis y A. Gecas demostraron que V. Vaičiūnas, agitando una banderita cerró el paso a cualquier clase de tránsito en Tytuvėnai, y vieron automóviles estacionados y esperando en la calle, hasta la liberación del camino.

El testigo J. Daniliauskas demostró que la marcha interfirió la tarea del transporte y que él, como conductor de un autobús de servicio regular, por ese motivo quebrantó el horario de servicio.

Por consiguiente, a raíz de las pruebas enumera­das surge que el procesado V. Vaičiūnas colaboró en la organización de acción en grupos, de cuyas resultas fueron promovidas perturbaciones del transporte, alterado gravemente el orden público, desoídos los legítimos requerimientos de los representantes gu­bernamentales. Por consiguiente, estas acciones del procesado corresponden al delito previsto en el art. 199/3 del CP de la RSS de Lituania.

Al aplicársele la pena se tiene en cuenta el carácter del delito que ha cometido, así como el grado de peligrosidad para la comunidad y la personalidad del reo.

V. Vaičiūnas, en su último lugar de trabajo, donde se desempeñó con un intervalo desde el año 1976, es caracterizado positivamente como laborioso, discipli­nado, excelente conocedor de su trabajo. Como miembro de colectivo (en comunidad. N. del T.) era cerrado, parco en el hablar (t. 2, 1.155).

En el sumario no se han indicado circunstancias agravantes o atenuantes.

El colegiado de juicios penales, ajustándose a los art. 331 y 333 del CP de la RSS de Lituania resuelve:

Reconocer culpable a V. Vaičiūnas, por haber cometido un delito previsto en el art. 199/3 de la RSS de Lituania, condenándolo a la privación de la libertad durante 2 años y 6 meses en una colonia de corrección por el trabajo de régimen común.

Incluyendo la prisión preventiva en el tiempo de condena, considerar su iniciación a partir del 25 de marzo de 1981.

Las pruebas materiales adjuntarlas al sumario, a excepción de la banderita, que debe ser destruida.

Esta sentencia no puede ser apelable o protestada por recurso de casación.

Presidente: (firmado) A. Jankauskas Consejeros del pueblo: (firmado) S. Masiukas y L. Razinskas

Es copia fiel:

Miembro del Tribunal — A. Jankauskas