El Primado de la Iglesia Católica de Hungría, arzobispo de Estergon, Cardenal Laszlo Lekaj, estuvo de visita en Lituania a mediados del mes de octubre. Estuvo acompañado por dos Obispos húngaros, tres prelados, tres sacerdotes y dos Obispos ortodoxos rusos. Se trataba del segundo Cardenal que visitaba Lituania soviética.

"Tiesa" del 18 de octubre publicó apenas algunas líneas sobre esta visita del Cardenal.

El delegado del Soviet de Asuntos Religiosos, P. Anilionis, había ordenado que el Primado de Hungría fuera recibido tan bien como lo había sido el Cardenal Bengsch de Alemania. Los coristas de la Catedral de Kaunas tuvieron asueto en sus empleos estatales.

El 12 de octubre a las 11 horas 30 minutos el Cardenal Lekaj, con su acompañamiento, llegó a la Catedral de Kaunas donde lo esperaba una gran multidud de fieles. Tañeron las campanas de la Catedral, la multitud cantaba "María, María", mien­tras las niñas formadas a lo largo de la Catedral arrojaban flores a su paso. El Obispo L. Povilonis saludó al eminente visitante en la Catedral, recordan­do en su discurso sobre la proximidad del jubileo del 62 Centenario de la Iglesia Católica de Lituania (en el año 1987). Luego, el Cardenal, conjuntamente con los dos Obispos húngaros y otros seis eclesiásticos concelebró la Santa Misa, en cuya oportunidad pronunció una alocución en idioma alemán.

Terminada la Santa Misa sólo se permitió la entrada en la sacristía de la Catedral a los seminaris­tas: el P. Bitvinskas, Canciller de la Curia de Kaunas, de guardia en la puerta de entrada impedía que penetraran los sacerdotes en la sacristía. ¿No será para que los sacerdotes no tuvieran oportunidad de encontrarse y conversar con el Cardenal?

Despidiendo al Cardenal la multitud inundó no solamente el atrio, sino además, también la calle frente a la Catedral; sonaban los aplausos, las exclamaciones de "Valió" (Viva, en lituano, El T.), y posteriormente vibró a través de la multitud la canción "Lituania preciada, Patria mía", convertida en el actual Himno no oficial de Lituania. Frente a la tumba de Maironis (eminentísimo poeta del renaci­miento nacional y destacadísimo eclesiástico. El T.), los fieles todavía entonaron el cántico "María, María". Los milicianos comenzaron a instar que se dispersa­ran, a fin de que las máquinas (automóviles en la jerga soviética. El T.) pudieran transitar por la calle.

Además de la Catedral de Kaunas, el Cardenal visitó también la Catedral de Panevezys y la iglesia de Santa Teresa de Vilnius.

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(Los ocupantes no logran engañar a los católicos de Lituania):

"¿La Iglesia Católica de Lituania tendrá algún beneficio por la visita del Cardenal húngaro?" — preguntaba una radioemisora.

El gobierno soviético pretendió demostrar al elevado jerarca de la Iglesia que en Lituaniaexistía la libertad religiosa. Aunque queda el interrogante si lo consiguió. No participaron de la recepción dos Obispos desterrados. No lo recibió la Catedral de Vilnius, en la cual seha instalado una exposición de cuadros. También, ¿acaso alguien le ha contado al Cardenal sobre el vía crucis que desde 1940 transita la Iglesia Católica de Lituania?

En esta oportunidad, el pueblo creyente tuvo la posibilidad de hacer demostración de su fe y su patriotismo, y no la desperdició. Al parecer, los lituanos saben aprovechar cada vez mejor similares oportunidades.

Los Obispos ortodoxos que acompañaron al Carde­nal Lekaj pudieron notar que también en la Unión Soviética es posible obtener mayor libertad religiosa, si es que se lucha por ello. Quiere decir, que también para ellos les resultó provechoso el acompañar el Cardenal a Lituania. Los ateos de Lituania tuvieron una oportunidad más para convencerse que sus esfuerzos para arrancar de los corazones de la gente la fe y el patriotismo resultan infructuosos.

La visita del Cardenal húngaro trajo la reminis­cencia al corazón del lituano católico de los singular­mente preciados nombres de dos húngaros: el mártir Cardenal Mindszenty y el P. Tihamer Toth. Del primero los lituanos adquirieron el espíritu de sacrificio y fidelidad a la Iglesia, mientras que el segundo, mediante sus libros, tanto en la época de la independencia, como en los años de postguerra, alimentaba las mentes y los corazones de la juventud.

Quienquiera fuese de los jefes de la Iglesia que se llegase, la creyente Lituania los recibirá a todos con los brazos abiertos, pues se trata de un aire puro del Occidente, cual si se hubiera entreabierto un poquito las puertas hacia la libertad.

Es sumamente lamentable, que los Ordinarios de Lituania carezcan el derecho de invitar libremente los jerarcas de la Iglesia Católica que deserían, debiendo conformarse solamente con aquello que se digna darles el gobierno soviético. Puesto que el Cardenal no vino por invitación de los Ordinarios de Lituania, sino por la del patriarca de Moscú y de toda Rusia, Pimen. Por cuanto el gobierno soviético lo permitió, tal vez hasta le aconsejó al Patriarca que invitara un Cardenal católico, posiblemente haya creído obtener bastante beneficio para sí de ello.

Aunque resulta bastante difícil creer que sus esper­anzas se hayan cumplido.