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Rector del Seminario Eclesiástico de Kaunas

de Alexander Gofman dom. en Vilnius, Pranskaus 37-2

Los días 5 y 13 de diciembre de 1973, en el periódico "Gimtasis krastas" (El País Natal) del Comité para relaciones culturales con los lituanos del exterior, fué publicado el artículo de J. Anicas "Kovoje pries klastinga mela" (Combatiendo la mentira falaz). Allí el autor, basándose en las declaraciones de ciertos eclesiásticos de Lituania, trata de demostrar la existencia en Lituania de plena libertad religiosa y de conciencia. Luego de haber leído no solamente el mencionado artículo de J. Anicas, sino también gran cantidad de otros escritos publicados en idioma lituano sobre la cuestión de la libertad religiosa y de conciencia, he quedado convencido que la totalidad de la literatura referente a estas cuestiones es pura mentira, engaño y calum­nia. Los eclesiásticos de Lituania no pudieron ni pueden decir que aquí los creyentes gozan de libertad religiosa y de conciencia. ¡Es la más evidente de las mentiras! Y si ellos llegaron a decir eso, lo más probable es que habían sido obligados, o tal vez esas declaraciones les hayan sido atribuidas por alguien, por cuanto para los autores de los artículos ateístas no existen ni la verdad ni la probidad. El Partido Comunista les ha concedido plena libertad en estas cuestiones.

Por ejemplo, cómo ha podido declarar el Rector del Seminario Eclesiástico de Kaunas, Dr. P. V. Butkus, que en la incorporación de nuevos candidatos en el Seminario, es la propia dirección de Seminario que resuelve si el candidato es apto o no para ser su educando. Que ello es absoluta mentira, que la aptitud del candidato no lo decide la dirección de Seminario, sino los funcionarios de la Seguridad nacional, lo he comprobado yo mismo.

El supremo designio de mi vida ha sido y es el sacerdocio. Por consiguiente, al terminar los estudios secundarios y haber cumplido con el servicio militar obligatorio en el ejército soviético, el 11 de junio de 1979 llevé al Seminario Eclesiástico de Kaunas mi solicitud y demás documentos necesarios: pretendía ser estudiante de dicha escuela religiosa. A la semana se llegó a mi lugar de trabajo — estaba empleado como administrativo en la sección policlínica del II Hospital Clínico de Kaunas, — un hombre desconoci­do. Me llamó por el nombre, se interesó como me iba en el trabajo, si me agradaba. En una palabra, representaba el papel de buen amigo. Por cuanto estaba advertido por intermedio de terceros que, al hacer entrega de los documentos en el Seminario, enseguida se hacían presentes agentes de la Seguri­dad nacional, le pedí que me mostrara sus documentos de identificación. Se confundió, trató de zafarse. Ante la insistente exigencia, tras de observar si nadie lo observaba, de lejos me mostró el rojo carnet de agente de la Seguridad nacional. No dijo su nombre. Me pidió que lo llamara Antanas (Antonio). Manifestó su deseo de conversar seriamente conmigo; el tema de la conversación era secreto de Estado.

Noté que evitaba cuidadosamente a la gente. Me solicitó que saliéramos con él a la calle a dar un paseo.

Consentí. Le pedí que me esperara un minuto mientras le avisaba de ello a mi superior. Pareció sobresaltarse y, repitiéndome que absolutamente nadie debería saber sobre esto, postergó el paseo para el día siguiente. Por cuanto yo trabajaba por la tarde, entonces me pidió que fuera a las 9 hs. de la mañana a la plaza Lenín y que esperara sentado en un banco junto al monumento de Lenín.

A la mañana siguiente nos encontramos a la hora convenida. Me llevó a la sede de cierta organización. Todas las ventanas de este edificio tenían sus persianas cerradas. Penetramos en una habitación oscura. El conectó la radio, prendió la luz eléctrica, sacó varias hojas de papel en blanco y comenzó a preguntar. Cuales eran mis planes para el futuro. Me pidió que no tuviera reparos en contestar, puesto que nadie se enteraría nada de esto. Cuando le manifesté haber entregado mi solicitud en el Seminario Eclesi­ástico de Kaunas, me aseguró que resultaría difícil ingresar. Para el ingreso al Seminario había más de un concurso. El Seminario elige sólo aquellos que le convienen, pero si él me recomendase, seguro que me aceptarían. Rechacé su recomendación. Y algo sor­prendente, comenzó a elogiarme y me invitó a otro encuentro para el 27 de junio. Me pidió el teléfono del trabajo. Se lo di. El 27 de junio me telefoneó invitándome a un encuentro. Le respondí que iría a una entrevista con él solamente si recibía una invitación oficial por escrito. Cuando dióse a argüir que no solicitara una invitación oficial, colgué el telefono. Y de esta manera terminó la averiguación sobre mi aptitud para el Seminario Eclesiástico. Se sobreentiende que no me admitieron en el Semina­rio.

Por consiguiente, he experimentado por mí mismo que los candidatos para el Seminario Eclesiástico son seleccionados no por la dirección del Seminario, sino por los agentes de la Seguridad. Y como si fuera poco, además me he enterado por mis correligionarios — no mencionaré sus nombres por los motivos de todos consabidos — que a unos, los agentes de la Seguridad intentan convertirlos en sus espías, prometiéndoles ayuda para ingresar al Seminario, y posteriormente designarlos en muy buenas parroquias, a otros tratan de disuadirlos de la senda elegida, y todavía a otros más, procuran comprarlos, a fin de que renuncien al Seminario. A todos se les obliga a mantener el secreto, hasta se exige bajo firma que sobre la conversación mantenida no se comentará con nadie. La revelación de esta conversación es tratada como una traición de secreto de Estado.

Respetuosamente solicito que el Comité Católico para la Defensa de los Creyentes exhorte a los sacerdotes, todos los cuales, creo yo, han experimen­tado el fuego de ataque de los agentes de la Seguridad nacional, a fin de que ellos no oculten, sino que promuevan públicamente el hecho de que fundamen­talmente no es el Seminario, sino los agentes de la Seguridad los que seleccionan los candidatos del Seminario, pero que también sean evidenciados aquellos sacerdotes que, tentados por buenas parro­quias, se han convertido en instrumentos de la Seguridad en la lucha contra la Santa Iglesia Católica, instituida por Cristo.

A. Gofman (firmado)

Vilnius, 31.III.1980

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