El 16 de diciembre de 1980 tuvo lugar en Kelme el juicio de Gemma-Jadvyga Stanelyte. Seguridad pretendió que este proceso se realizara sin conoci­miento de nadie, — no se les anunció ni a los familiares más cercanos. Muy temprano por la madrugada, todavía de noche, junto a la puerta del tribunal se congregó un grupo de amigos de Gemma. Cuando frente al tribunal se detuvo un gris automo­tor carcelario, alguien de los amigos de Gemma, al apartarse los milicianos, se adelantó rápidamente hasta el transporte carcelario y exclamó a plena voz ante la entreabierta puerta del automotor: "¡Gemma! ¡Gemmita! ¡Estamos contigo!"

Los llegados se enteraron prontamente cual era la sala del juicio, y rápidamente se alojaron en ella. Los agentes del tribunal echaban nerviosas miradas sobre la gente sentada, y tras cierto tiempo se apersonó un sólido empleado y un miliciano, quienes hicieron desalojar la sala diciendo que en esa sala se trataría otro juicio, y que el juicio de Stanelyte se realizaría más tarde. La gente desalojada se dirigió al despacho del presidente del tribunal, enterándose allí que el juicio de Gemma tendría lugar a las 12 horas y sería en el propio despacho del presidente del tribunal. Los desalojados amigos y conocidos de la encausada se estacionaron en las escaleras y el corredor del tribunal, pues afuera hacía mucho frío y humedad.

La gente se juntaba cada vez más y más frente al tribunal, — concurrieron desde los rincones más alejados de Lituania: sacerdotes, juventud, personas de mayor edad. Todos pretendían penetrar en la sala del tribunal pero la milicia cuidaba la puerta celosamente. Llegaron los sacerdotes A. Svarinskas, S. Tamkevicius y V. Velavicius, presentándose como miembros del Comité Católico DDC y solicitando se les permitiera entrevistarse con el presidente del tribunal. Empero ninguna clase de demostraciones, ninguna exigencia, conmovieron a las autoridades del pueblo — la milicia hasta impidió la entrada de los sacerdotes al corredor. Finalmente por medio de una añagaza lograron que la mayoría de los que espera­ban se concentraran frente a otra puerta, del lado de afuera, pues los agentes de la Seguridad informaron que por allí se les permitiría la entrada a la sala del juicio, a los que estuvieran colocados primeros.

Finalmente, se inició la sesión del juicio. En la sala, de donde habían sido desalojados por el engaño y las amenazas los congregados, a través de un acceso administrativo se reunieron unos 10 testigos y los invitados de la Seguridad, — en total unas 60 personas. También se permitió la entrada a la sala de la hermana de Gemma. Además, al percibir al siaulense M. Jurevičius, estacionado frente a la puerta, le permitieron participar en el proceso del juicio. Todos los demás esperaron en la calle.

El colegio del tribunal estaba presidido por el juez Raziunas, procurador Murauskas. Ante el rechazo del abogado por la procesada, este abandonó la sala.

Al iniciarse el juicio, a través de las ventanas se escuchó el rezo en común del rosario. Entonces interrumpieron el juicio, se llevaron a la incausada, y afuera comenzó la caza de los creyentes, los empu­jones y los forcejeos. Por cuanto había concurrido gran cantidad de milicianos y agentes de la Segurid­ad, muy fácilmente se las arreglaron con la gente. Fueron detenidos el P. Juozas Zdebskis, Saulius Kelpša y Petras Gražulis. Les quitaron los relojes pulsera, los cinturones, etc., y los arrojaron en celdas sucias.

La milicia echó a toda la multitud congregada hasta el otro lado de la calle, sin permitir que ni de lejos alguien se encontrara junto a la puerta del tribunal.

Arrojada lejos la muchedumbre, nuevamente fué llevada a la sala la enjuiciada Stanelyte, flanqueada por tres soldados armados con armas automáticas.

G. J. Stanelyte es acusada de parasitismo según el art. 240 y por infracción del orden público según el art. 199, inc. 3 d.

Se citaron los testigos: el presidente del departa­mento de Tytuvenai, los inspectores de tránsito del raion de Kelme y otros, que testimoniaron que G. Stanelyte el 26 de agosto de 1979 dirigió la marcha de Tytuvenai a Siluva. Un solo testigo, Cerska, conduc­tor de un autobús del parque de Panevezys, que en esos momentos circulaba con un automotor de pasajeros a través de Tytuvenai, testimonió veraz­mente diciendo que la marcha casi no entorpeció el tráfico. Mucho más tiempo hicieron demorar los inspectores de tránsito, verificando los automotores. Empero el autobús a pesar de todo llegó a horario a su punto de destino. El tribunal se mostró muy descon­forme con el testimonio de Cerska y hasta llegó a amenazarle.

La enjuiciada Stanelyte manifestó valerosamente que ella había organizado y en parte dirigido la marcha, porque apreciaba sumamente las antiguas tradiciones de la nación lituana. El móvil que impulsó a organizar la marcha fué el descarrío de la juventud lituana. Los cinco meses de espanto pasados en la cárcel de Lukiskiai lo confirmaron plenamente. Allí, ella se había encontrado con una juventud que había perdido hasta el mínimo de sus ideales, la menor clase de sentimiento humano.

Por cuanto el tribunal acusaba a la enjuiciada que la marcha había lesionado los sentimientos de los ateos, y también que se había realizado sin permiso, la inculpada respondió que si la marcha no hubiera sido religiosa, a nadie le hubiera resultado molesta. En cuanto al lesionamiento de los sentimientos ateos, ella explicó que los ateístas lesionan más frecuenta-mente los sentimientos a través de las emisiones de televisión, la literatura y otros, sin embargo no son castigados por ello.

La acusación de parasitismo careció de pruebas.

En sus últimas palabras, dijo G. Stanelyte: "Soy profundamente religiosa. Aunque la libertad es muy preciada, empero la fe me resulta más preciada que la libertad".

El tribunal sentenció a G. Stanelyte a tres años en lager de régimen común.

Durante el desarrollo del proceso, a pesar que el tiempo era frío y húmedo, la multitud de afuera no se dispersó, sino que se acrecentaba de momento a momento. Los transeúntes ocasionales preguntaban qué clase de delincuente era juzgado y, al enterarse que se procesaba por la religión, por una marcha a Siluva, se rehusaban a creerlo y muchos se quedaban estacionados con el objeto de averiguar como termi­naría todo eso. Tras un prolongado viaje, faltos de sueño, hambrientos, ateridos de frío, permanecieron de pie todo el día en la calle. Aunque al atardecer comenzó a llover copiosamente, empero nadie se retiró.

Los creyentes estaban sumamente inquietos por los detenidos injustamente y, al no recibirlos en libertad, formularon una protesta por escrito. Fué firmada por 60 personas. Surgió otro inconveniente: no había a quién presentársela, pues se impedía acercarse a cualquier superior de la milicia. En cuanto alguien se aproximaba a los funcionarios, inmediatamente era echado tildándoseles de "íncubo de bandidos" y arrojándosele una sarta de palabras censurables, mientras que los que intentaban buscar la justicia — eran vapuleados y amenazados que los habrían de arreglar.

Terminado el juicio y salido el automotor celular a la calle, la multitud comenzó a arrojar flores sobre la máquina mientras coreaba: "¡Gemma! ¡Te amamos! ¡Gemma! ¡Te amamos!".

Aunque el camión celular había partido, la multitud no se dispersaba — esperaba a los detenidos. Finalmente regresaron los detenidos uno después de otro. Los creyentes recibieron con ruidoso entusiasmo a los que retornaban de la milicia, mientras que al P. Juozas Zdebskis le entregaron flores aún estando en la calle, y entonces la muchedumbre se dispersó.

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Al Secretario del CC del PC de Lituania P. Griškevičius

Con copia a: Jefe de la Sección Kelme raion de Asuntos Internos

Exposición

El 16 de diciembre de 1980 nosotros, los firmantes el pie, hemos concurrido para participar en el proceso del juicio de Jadvyga Stanelyte. La milicia y los agentes de la Seguridad no dejaron entrar en la sala a ninguno de nosotros — echó a todos de las adyacenci­as del edificio tribunalicio, y a tres personas: el P. J. Zdebskis, Saulius Kelpša y Petras Gražulis los detuvieron sin ningún motivo. En esta oportunidad expresamos nuestra protesta, porque los funcionarios soviéticos han quebrantado brutalmente la Constitu­ción y las leyes de la RSSL.

Exigimos la inmediata liberación de las personas detenidas. Firmado:

E. Suliauskaite, L. Bružaite, A. Montvilaite, A. Ramanauskaite, P. A. Svarinskas, A. Kausiliene, N. Sadunaite, Z. Vasauskiene, M. Gavenaite, B. Staniu-lyte, J. Kerbelyte, V. Vaičiūnas, J. Kuodyte, B. Maliskaite, J. Jankauskiene, R. Kabkaite, G. Drungilaite, R. Tamašauskaite, O. Kavaliauskaite, N. Sukevi-ciute, A. Kiauleviciute, J. Šileikis, A. Umbrasaite, A. Šukyte, B. Dakniniene, P. Stankūniene, B. Museliu-niene, E. Petrylaite, C. Ulevičiene, P. Darjenyte, M.

Klimkaite, E. Drungeliene, J. Meškauskiene, O. Dranginyte, V. Grinceviciute, C. Meškauskas, L. Stankūnaite, M. Bielauskaite, B. Miniotas, B. Griciū­te, R. Teresiute, E. Žigaite, D. Dambrauskaite, I. Pelionyte, E. Žiliene, B. Saukliene, L. Briliute, V. Ziezdryte, R. Bumbliauskaite, G. Macenskaite, M. Genyte, D. Meskauskaite, G. Buzaite, P. Siaulyte, J. Petkevičius, A. Augustinaviciute, P. Žąsinas, T. Steponavičiūte, B. Briliute, A. Stukiene, R. P. J. Razmantas, B. Valaityte, Can. B. Antanaitis, R. P. S. Tamkevicius, D. Dukauskaite, J. Baužaite, B. Vazgeleviciute, J. Judikeviciute.

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