El 19 de agosto de 1981, un grupo juvenil de Vilnius — más de 20 personas — llegóse hasta la aldea de Mindūnai, raion de Molėtai, solicitando pernoctar en lo de Monika Klimaite. La finalidad de la excursión: el descanso y paralelamente la profundización de sus conocimientos religiosos. Por consiguiente, junto con la juventud se encontraba también el vicario de la iglesia de San Miguel, el sacerdote Ricardas Černiaus­kas.

El primer día los jóvenes ayudaron a la dueña de casa a transportar el heno, otros acomodaban el heno en el granero. Al anochecer todos se reunieron junto al granero, arrodillándose en el prado para la oración. Durmieron en el granero. En un rincón se agruparon las niñas, en el otro los muchachos. Conjuntamente con la juventud también descansaban varias personas mayores de edad.

El 20 de agosto los jóvenes rezaron, todos partici­paron en el Santo Sacrificio de la Misa, escucharon la palabra del sacerdote, en sus ratos libres jugaron al fútbol, al waterpolo, se bañaron en el lago. Al anochecer, luego de una audición de radio Vaticano, llegaron hasta el sacerdote varias niñas sobresaltadas, notificándole que se había presentado la milicia. El sacerdote calmó a las atemorizadas niñas — los jóvenes nada malo habían cometido y nada debían temer.

Se presentaron cuatro individuos: dos civiles y dos milicianos. Uno de los civiles se identificó ser el jefe de la seccional de Asuntos Internos de Molėtai (Lipnickas). Se encontraba bastante achispado.

 — ¿Quienes sois vosotros y para qué os habéis reunido? — comenzó a indagar el jefe.

 — Te encuentras borracho, ¿qué clase de conver­sación puede mantenerse contigo? — respondió el sacerdote.

El jefe tomó al sacerdote de un brazo, exclamando:

—         ¡Vayamos al patio!

En el patio empezó a interrogarlo:

 — ¿Quién eres? ¡Vamos a la seccional para acla­rarlo!

 — Contigo, borracho, no iré a ninguna parte, — respondió el sacerdote.

Entonces el jefe ordenó a los milicianos que trajeran de Moletai el grupo operativo. Los milicianos partieron. El jefe pidió se le suministrara cigarrillos y bebidas. Al recibir la respuesta que esos jóvenes carecían de cigarrillos y bebidas, el jefe espetó:

—         ¡Pondré tras las rejas a una juventud que no bebe ni fuma! . . .

Hasta la llegada del grupo operativo, los jóvenes se reunieron junto al granero para decidir qué hacer. ¿Por qué se los atacaba? ¿Tal vez se trataba de perdularios disfrazados? Porque ellos no habían cometido ningún delito, y si fueran verdaderos milicianos se podría aclarar en el momento. A eso de las 10 de la noche llegaron 7 máquinas y un numeroso grupo de milicianos. Varias de las máquinas dirigie­ron sus faros hacia el granero. Los muchachos se encontraban de pie ante la puerta, y las niñas agrupadas sobre el heno. Los milicianos, llegados hasta los muchachos, no mostraron ninguna orden judicial, sino que uno de ellos al percibir entre la juventud a un hombre mayor (un padre de familia), lo atacó gritando:

—         ¡Este es el cura! ¡Agárrenlo! ¡Mátenlo!

Los milicianos lo atacaron, mientras que los muchachos, unidos por las manos, intentaron no entregarlo. Las niñas gritaban con voces destempla­das, mientras los muchachos luchaban con los milicianos. Empero las fuerzas eran desiguales y los muchachos fueron metidos en un camión cubierto.

Los milicianos se comportaron muy cruelmente: asestaban puñetazos en los costados, en los ríñones, y arrimando a la víctima al camión, la tomaban de los cabellos, las manos y los pies y la arrojaban adentro. Con los brazos doblados a la espalda, el pantalón destrozado, fué arrojado dentro de la máquina también el sacerdote Ricardas Černiauskas. Llegó el turno de las niñas ... En un principio una de ellas opuso resistencia, acometieron contra ella cual lobos hambrientos. Pero la niña manifestó que iría sola a la máquina. Llevando a las niñas a otra máquina, los milicianos alumbraban algunos rostros con las linter­nas y les escupían en la cara. En la máquina los funcionarios tomaron asiento, juntando a las niñas en un rincón. Un miliciano, tras observar a una de ellas, le dijo cínicamente:

— ¡No estás mal, acuéstate!

Habiéndolos transportado a la seccional de la milicia de Molėtai, iniciaron el interrogatorio:

En primer lugar interrogaron a las niñas. Las llamaban una por una. Les preguntaban quién había organizado la excursión y si rezaban. El interrogato­rio lo realizaron borrachos y, durante su realización, salían a otra habitación de la cual retornaban exhalando un aliento de alcohol recién ingerido. El procedimiento del interrogatorio se parecía más a un cruel aterrorizamiento de perdularios, que a una labor de empleados soviéticos: durante todo el tiempo del interrogatorio, los funcionarios se comportaron con suma grosería — golpeaban la mesa con los puños, intimidaban a las niñas vociferando:

— ¡Uno por uno te violaremos, no desearás más vacaciones!

Los propios milicianos escribían en nombre de los chicos sus declaraciones, en las que sobreabundaban las más asquerosas mentiras, y obligaban a que los chicos firmaran esos "documentos".

¿Qué valor se le puede asignar a tales declaraci­ones de los chicos, que son escritas por manos extrañas y obligan a firman bajo terribles amenazas?

Una de las muchachas: la enfermera del hospital psiconeurológico de Nauja Vilnia, Lionginą Achrana-viciute, la mayor de las niñas, estuvo siendo interrog­ada desde las 23 hs. hasta las 3 de la madrugada. Todo el tiempo le gritaban incesantemente:

—        Eres una prostituta, una venérea, una perdida, te internaremos en la calle Bokšto . . . (Calle de Vilnius donde se encuentra un dispensario antivené­reo). ¿Sabes lo que haremos contigo? Ahora por turno haremos uso de tí, a mí me permitirás repetirlo, — tartajeaba el borracho funcionario.

Apareció también un "bondadoso", que ofreció:

—        Mejor déjenme solo con ella en casa . . .

El jefe de la seccional de Asuntos Internos preguntó a L. Achranaviciute:

 — ¿Donde trabajas?

 — En el hospital, de enfermera, — contestó la muchacha.

 — ¡Ah! ¡Enfermera! Ya os conocemos a vosotras, enfermeras, hay muchas así en Lituania. ¿Conoces la vitamina "E"? ¿Sabes para que se utiliza? Para eso estudiaste en la escuela de enfermería, para que después dieras de beber la vitamina "E" a los muchachos y los acostaras con las chicas en el heno.

Tanto L. Achranaviciute, cuanto las demás niñas, todo el tiempo fueron intimidadas de que se abusaría de ellas. Y sin que ello bastara, la totalidad de las niñas fueron llevadas ante un ginecólogo. Al principio este se comportó muy rudamente con ellas. Varias de las niñas exigieron que las viera una doctora. Claro está que no fué llamada, pero entonces las examinó una enfermera. ¿Qué derecho tuvieron los funciona­rios de llevar ante un ginecólogo a niñas que en nada habían delinquido? La mayoría de las niñas eran menores de edad. ¿De acuerdo a qué leyes de la jungla se guiaron "los defensores de la ley"?

Les llegó el turno a los muchachos. Las mismas preguntas que a las chicas, esa misma grosería y amenazas. A uno de los muchachos se atrevieron a intimidarlo así: "¡Te mataremos de un tiro!"

Ultimo fué el sacerdote R. Černiauskas. Directa­mente fué llevado al despacho del jefe, donde se hallaban reunidas 8 personas: algunos civiles, otros militares, milicianos los terceros. El jefe preguntó:

 — ¿Quién eres?

 — ¡Un sacerdote!

 — ¡Quién organizo la excursión?

 — ¡Dios! Cuando la juventud es creyente, resulta fácil organizaría.

 — ¡Qué?! ¿De qué te ocupas? Si eres sacerdote permanece en la iglesia y reza. ¡Habéis acostado a los muchachos con las chicas en el mismo granero!

 — He organizado esta excursión con la finalidad de conversar más ampliamente con los jóvenes sobre Dios, para discutir sobre diversas cuestiones de fe y ateísmo.

El sumariante interrogó sobre lo que hubieran hecho luego, donde se hubieran dirigido (se estaba en vísperas de la marcha a Siluva) y cuando tenían previsto regresar.

El sumariante Navikas lo redactó todo. Después tomó las impresiones digitales del sacerdote, examinó su dentadura ... El jefe comunicó al sacerdote:

— Por cuanto no llevas contigo ninguna clase de documento personal, quedarás bajo arresto.

Cuando el sacerdote regresó junto a los jóvenes, ya casi estaba amaneciendo.

Después del interrogatorio fueron distribuidos en varias habitaciones, en las que los jóvenes dormitaron sentados en sillas hasta que amaneció. Habiendo anotado todos sus nombres y domicilios, avisaron inmediatamente a Vilnius. Los padres fueron adverti­dos que se presentaran el 21 de agosto para retirar a sus hijos. Algunos de los muchachos fueron vueltos a interrogar.

Por la mañana llegaron dos personas de Vilnius: un hombre joven y una mujer. El primero, segura­mente un chequiasta, mientras que la mujer era la inspectora del sector menores de la milicia. La mujer conversó con los jóvenes, mientras el chequista interrogó nuevamente al sacerdote. Una de sus preguntas resultó ser la siguiente:

—            ¿Si llega hasta usted un hombre para confesarse y le dice que ha matado a una persona, notifica usted a la milicia?

El chequista preguntaba para qué había ido allí el sacerdote. ¿Cómo lo había organizado? ¿Estuvo rezando junto a los jóvenes? ¿Había oficiado la Santa Misa?, etc.

Tras este segundo interrogatorio, el sacerdote fué arrestado. Le quitaron el cinturón, el reloj, el dinero, objetos personales, permitiéndole conservar sus pañuelos. El miliciano abrió un cajón del escritorio y, mostrándole al sacerdotes un par de esposas, le anunció:

— ¡Todavía te espera esto!

Inmediatamente después de ello, reunieron a la totalidad de los jóvenes para transportarlos a Vilnius. En Vilnius distribuyeron a los jóvenes en diversas seccionales de la milicia, de donde debieron retirarlos sus padres.

El sacerdote quedó en Molėtai. Al atardecer, a eso de las 21, el sacerdote fué llevado a la seccional de la milicia de Utena en una máquina de la milicia. Antes de ello, por tercera vez el sacerdote fué interrogado por una mujer, que eventualmente ejercía las funciones del procurador.

Habiendo transportado al sacerdote R. Černiaus­kas a Utena, lo encerraron solo en un calabozo del sótano de la seccional de la milicia, en el que nunca entraba el sol, con el catre desnudo, sin cobijas, con luz artificial las 24 horas. Allí lo tuvieron hasta las 16 hs. 40 min. del día 26 de agosto. No volvieron a interrogar en Utena al sacerdote R. Černiauskas. Al dejarlo salir, le ordenaron que el 27 de agosto a las 10 hs. se presentara con documentos de identidad en Molėtai, en la milicia.

Al presentarse al día siguiente el sacerdote en Molėtai, el subrogante del jefe de la milicia se comportó bastante amablemente. Llevó al sacerdote a la mesa de pasaportes. Allí fué llenado cierto documento estipulando que el sacerdote sería penado con cierto castigo administrativo por no haberse registrado en la ciudad de Vilnius. Cuando el sacerdote inquirió cual sería la pena y cuando, recibió esta respuesta:

— Todo será girado a Vilnius, allí decidirán.

Luego de ello el sacerdote fué liberado totalmente.

*    *    *

 

(Nada nuevo en la KGB: persistencia de sus métodos animales):

A raíz de la detención del R. P. Ricardas Černiaus­kas, se soliviantó intensamente la feligresía de la iglesia de San Miguel. Todos se preguntaban que actitud tomar, rezaban, averiguaban noticias esperan­do impacientemente su regreso.

Las autoridades no notificaron acerca de su detención. El 22 de agosto su anciana ama de casa le llevó alimentos a la cárcel de Lukiskis, con la esperanza de encontrarlo allí. Nadie le informó algo cierto, sino que la enviaron de un lado a otro. Un sacerdote viajó a la seccional de la milicia de Molėtai, y tampoco averiguó con certeza donde se lo guardaba al R. P. R. Černiauskas.

El 25 de agosto, dicha ama de llaves volvió a salir en busca del sacerdote detenido, tratando de suminis­trarle comida. Concurrió a la cárcel de Molėtai. No lo halló. Se dirigió al Comité de la Seguridad, y allí los agentes se excusaron de todas las maneras, alegando ignorarlo.

Finalmente el sacerdote regresó. No presentaba el mejor de los aspectos: seis días sin lavarse, sin afeitarse, con la ropa destrozada, pero de buen ánimo. Todos los días recibió la siguiente ración: desayuo — té con pan, almuerzo — sopa y pan, cena — té y pan.

El domingo la gente colmó la iglesia de San Miguel como en las grandes festividades. Cuando después de la colecta el R. P. Ricardas Černiauskas subió para pronunciar la homilía, los fieles comenzaron a arrojar flores directamente en el pulpito. El sacerdote agradeció a la gente por sus oraciones, les narró la historia de su detención y animó a los jóvenes que habían sufrido las consecuencias que no temieran sacrificarse por Cristo. La gente comenzó a llorar en voz alta, cuando el joven sacerdote advirtió a los fieles:

— Yo presiento que no seré perdonado por estas palabras de verdad. Por consiguiente, si alguien me asesinara, me ahorcara, me proclamara afectado de venéreas, escenificara mi suicidio, me afectara con medidas medicinales o me encerrara en un hospital psiquiátrico, tened en cuenta de quién será obra . . . Yo me he hecho sacerdote para decir la verdad, para hablar sobre Dios. Y yo hablaré sobre Dios no solamente en la iglesia, tal como me lo ordenaron los milicianos, sino también en el atrio, y no solamente en el atrio, sino en cualquier parte que me encuentre — en el granero, en el campo, a la vera del lago, sobre el lago y hasta en el fondo del lago . . .

Terminada la homilía, los conmovidos feligreses no sabiendo como demostrarle de otro modo al sacerdote su amor y solidaridad, se dieron a aplaudir­lo larga y estruendosamente, mientras que la juven­tud afectada y los niños hacían entrega de profusión de flores al sacerdote que bajaba del pulpito, quien las depositó directamente en el altar.

*    *    *

El 18 de agosto de 1981, cierta cantidad de estudiantes creyentes del colegio secundario de Kybartai se organizaron para viajar a través de Dzūkija (región de Lituania. El T.). Participaban de la gira turística dos mayores de edad: Ona Sarkauskaite y Bernadeta Maliskaite. Los turistas fueron seguidos desde la iniciación de la gira. El 20 de agosto los turistas fueron detenidos en la estación de autobuses de Šlavantai por varios milicianos y personas de civil. Sin haberles mostrado sus credenciales, los atacantes introdujeron forzadamente a los estudiantes en un autobús, para trasladarlos después a la seccional de la milicia de Lazdijai. El subrogante del jefe de la milicia, mayor Vytautas Petruškevičius, preguntaba mayormente a los chicos si ellos creían, si rezaban y si, tal vez, se preparaban para participar en la marcha religiosa a Siluva. Algunos chicos fueron interrogados por segunda vez. Al cabo de un interrogatorio que duró dos horas, dejaron libres a los estudiantes.

El mayor V. Petruškevičius trató de convencer a Ona Sarkauskaite y Bernadeta Maliskaite, que habían sido detenidas a causa haber traspuesto la zona fronteriza, y porque los habitantes se quejaron de la inconveniente conducta de los turistas. Por cuanto ello era una evidentísima mentira, el mayor V. Petruškevičius, abrió la boca:

— ¡Muchachitas, no veréis a Siluva! — enviando a las detenidas ante el guardia Jasinskas, para que las encerrara en una celda. El miliciano Jasinskas se mostraba grosero no solamente con las detenidas, sino con sus empleadas. Sin sanción judicial, O. Sarkaus­kaite y B. Maliskaite fueron revisadas y arrojadas en una celda. Las paredes de la celda estaban escritas con palabras irrepetibles, moscas, aire hediondo. Les quitaron sus peines y toallas, permitiéndoles dar un paseo de 5 minutos. En medio de estas condiciones, sin culpa alguna, O. Sarkauskaite y B. Maliskaite estuvieron hasta las 15 horas del día 25 de agosto.

*    *    *