CARTA AL MAESTRO

Querido Maestro,

Ambos somos hijos de esta misma nación lituana, a los dos nos une no solamente la sangre, el idioma y la herencia cultural, sino también la preocupación por el futuro nacional. Ambos lo observamos con esperanza, preocupación y amor. Yo a mis hijos, Tú a los tuyos, a los míos y a muchos de los otros, que todos los días se reúnen en clase. De aquello que les ofreceremos a estos niños, de como los prepararemos para la vida, que clase de hombres formaremos de ellos, dependerá el porvenir de nuestra nación. Por lo tanto una de las mayores responsabilidades por su porvenir recae sobre nuestras espaldas.

(La orientación de la educación del padre: el lituano virtuoso religioso):

Sintiendo una gran responsabilidad y conociendo perfectamente las obligaciones de padre, yo procuro inculcar a mis hijos desde pequeños, aquellos princi­pios que les ayuden durante toda su existencia a ser hombres justos, virtusos y firmes. Esos principios los he recibido de mis padres, los he confirmado y fortalecido por la experiencia de la vida, examinado y considerado por propio entendimiento, y los he escogido de acuerdo a mi conciencia. Aquello, que considero bueno y necesario, estoy obligado en conciencia a trasmitirlo a mis hijos. Por otra parte, también poseo derecho para hacerlo. Nosotros, los padres, llamamos a los hijos a la existencia, los criamos, los vestimos, los alimentamos, los cuidamos en la enfermedad. Nadie me prohibe vestir a mis hijos con tal o cual ropa, nadie me impide alimentar­los con aquel alimento que, en mi opinión, necesita mi hijo. Por consiguiente nadie tiene derecho a prohibir, impedir o molestar la trasmisión de aquellos principios ideales y morales que, en mi convenci­miento, son imprescindibles para el hombre! Yo sé que no es posible mentir, robar, engañar, matar. Este convencimiento procuro inculcarlo a mis hijos. Sé que es bueno comportarse virtuosamente, ser justo, amar al prójimo — de esto quiero convencer a mis hijos. También sé que, deseando mantenerse un hombre honorable, hay que luchar contra las propias debilidades, defectos, tentaciones exteriores. Yo preparo mis hijos para esa lucha. Y por la experiencia de la vida estoy convencido, que esa lucha se torna más fructuosa cuando el hombre siente la responsabi­lidad no solamente ante los hombres, sino también ante Dios, cuando está convencido que sus acciones y su comportamiento no poseen solamente un valor momentáneo, pasajero, sino también eterno, cuando obedece no solamente a las leyes, sino a la voz de su propia conciencia. Por lo tanto considero imprescindi­ble educar religiosamente a mis hijos y no quiero que alguien se interfiera en la realización de esta obligación mía. Además, también Tú, maestro, aseguras que los padres tienen la obligación de educar a sus hijos . . .

(La orientación de la escuela: pionero, joven comunista-ateos):

Yo no educo solo a mis hijos. De casa los envío a la escuela. Allí Te los confío para que los eduques.

Pero deseo que Tú continúes mi labor, y no que la destruyas. Yo deseo que Tú, la mente de mi hijo la aprovisiones con los conocimientos de la ciencia, que le enseñes a utilizarlos en la vida. Tal, según mi opinión, debería ser la finalidad de la escuela. Empero me resulta muy doloroso de que Tú, en lugar de construir, te das a destruir. En vez de ofrecer objetivamente los conocimientos de la ciencia, los fundamentos de sus distintas esferas, te das a despreciar las convicciones mías y de mis hijos. Mis convicciones las denominas prejuicios religiosos, mi educación — compulsión, mientras que tu ateísmo libre y normal. Tú no valoras mis convicciones — libre y normal. Tú no valoras mis convicciones— déjalas en paz, como yo no ataco ni desprecio las tuyas. Enseña a mi hijo a leer, escribir, explícale las reglas gramaticales y los principios físicos, pero no desvíes tendenciosamente esas cosas contra aquellos principios, que respeto yo y mi hijo. Yo no temo los hechos objetivos de la ciencia, pero no quiero que Tú los presentes desvirtuados y tendenciosos, con el único objeto de imbuir a mi hijo de una opinión del mundo extraña. Entonces, cuando Tú atacas las convicciones mías y de mi hijo, no solamente que utilizas el material de instrucción convenientemente predispuesto, sino que, también en la actividad fuera de clase, buscas modos para poder arrancar de la conciencia de mi hijo, aquello que en ella yo he inculcado. Sin tener en cuanta mis deseos, obligas a mi hijo que se incorpore a las organizaciones de los pioneros o jóvenes comunistas, en las agrupaciones ateístas. Tú te burlas de sus convicciones en los periódicos murales, en los stands, en los festivales y las conferencias. Tú lo obligas a responder a las preguntas de «los diversos cuestionarios y, por la fuerza, te introduces en su conciencia.

(El resultado: el educando es mutilado):

Y si mi hijo fuera más débil, o yo no hubiera sido capaz de templarlo en su generalidad, Tú lo mutila­rás, le enseñarás a ser hipócrita, a no creer en su padre o su maestro, y posiblemente en ambos. ¿No comenzará, entonces mi hijo a alterarse, no comenza­rá a engañarte a Tí y a mí, no comenzará a buscar diversiones dudosas, alegrías superficiales, y no se irá allí donde, ni Tú, ni yo, queremos que vaya? ¿Le resultarán caros los ideales más nobles? ¿Le interesa­rá el porvenir de la nación? ¿El bienestar del pueblo? ¿O tal vez se convierta en simple egoísta, sin pretensiones más nobles, preocupado solamente por sus propias satisfacciones personales? ¿Y entonces, qué grandes alegrías tendremos Tú y yo de tal jóven? ¿Habrá algún beneficio para la nación y la gente? Es que nuestra naciónes pequeña, por lo tanto cada uno de sus miembros es precioso y necesario. Cuanto más todo jóven, ¡todo capullo nacional para abrirse debería ser sano y hermoso! Así es, querido Maestro, los hijos son nuestro futuro, el futuro de nuestra nación, y nosotros debemos preocuparnos seriamente, como nos comportamos con este futuro. Verdad es que Tú te justificas, de que así te lo ordenan, de que Tú cumples las órdenes de alguien, su voluntad. Tal vez Tú mismo no lo deseas y así no lo harías si de Tí dependiera. Así lo creo también. A pesar de ello, recuerda que el hijo es mío, y no de aquellos que Te obligaron a educarlo contrariamente a mi educación. Recuerda esa gran responsabilidad a Tu propia nación. Su porvenir, sus cuestiones vitales también Te debieran obligar. ¿No temerías enfrentarte al juicio de Tu nación? ¿Podrías responder sin cargos de conciencia, que nunca cambiaste las más sagradas cosas para el hombre y la nación por un aumento de sueldo y una segura tranquilidad?

    Finalmente, el dinero. Ese dinero que obtienes por Tu trabajo, ha sido ganado por mí y por los padres de los otros educandos. Pero no quieres corresponder a los deseos de los padres, de como deben ser educados sus hijos.

No pretendo, Maestro, indicarte como debes trabajar. Es Tu cuestión, como pedagogo. En verdad no es fácil trabajar con una jóven personalidad. Educar al niño y al jóven, formar su carácter, es en realidad un trabajo grande, responsable y difícil. Por lo tanto, en este trabajo no debiera haber lugar ni tiempo para destruir aquello que yo he construido. Por el contrario, aquí debemos colaborar ambos, ayudarnos uno al otro, hay que trabajar en conjunto, de lo más unidamente. ¡Eso lo exige la obligación de nosotros, padre, maestro, de ambos, hijos de la pequeña nación lituana!

El padre de Tu alumno.

 

e los católicos de Lituania.